La opa y el voto
Si una nación es un conjunto de personas que sufren por las mismas cosas, los catalanes somos un grupo nacional perfectamente definido. Somos un país que sufrimos por todo y, hasta esta semana, sólo nos faltaba sufrir por un banco. Y es curioso, porque por más que el Sabadell sólo tenga medio despacho de representación en Alicante para cubrir el expediente, en el 2017 sacó la sede de Catalunya ya muchos de los que hoy no pueden evitar un extraño punto de agravio por la opa entonces les supo mal verle marcharse.
Es verdad que llevamos años curados de espantos porque vivimos en un mundo de concentraciones multinacionales que han hecho desaparecer marcas comerciales y establecimientos que eran nuestro paisaje urbano de toda la vida, y en los que habíamos depositado más proximidad sentimental que la que podremos depositar en un banco. Pero venimos de haber perdido todas las cajas de ahorros, por lo que el hecho de que el BBVA venga ahora con una opa hostil (el adjetivo ahorra cualquier otro comentario) es otra abolladura a una autoestima catalana que no suele estar por los nubes, precisamente.
La opa llega a 48 horas para las elecciones. Estos días los analistas han distinguido entre el voto emocional (que ya lleva días decidido) y el voto cerebral (que a veces se acaba decidiendo ante mismo de la urna). En realidad, todos los votos se oyen y todos los votos se piensan. Y aunque sabemos que el voto tiene limitaciones para cambiar las cosas por sí mismo, conserva una fuerza enorme, que es que envía un mensaje. Pensar a quien le queremos decir qué es una buena forma de decidir el sentido del voto.