Cola para votar en la Escola Industrial de Sabadell.
09/05/2024
4 min

Según un titular de portada de este diario, ERC, PSC y PP son los partidos que más pueden crecer en las urnas este domingo, partiendo de las expectativas que les da una encuesta preelectoral. El motivo son las personas que todavía no han decidido su voto. Este estudio revela que el perfil del indeciso está equilibrado por edades, más femenino que masculino, mayoritariamente barcelonés, y con estudios medios y el castellano como lengua propia. Por su parte, según el CEO, ERC es el partido que más votantes indecisos tiene, junto al PSC y Junts como principales alternativas de voto. Un 21% de los que se debaten entre varios partidos dudan entre los republicanos y el PSC, un 20% entre ERC y Junts + Puigdemont por Catalunya, un 12% entre Aragonès y los Comunes, y aún un 10% entre el candidato de ERC y la de la CUP.

Así pues, las campañas electorales, que antes eran consideradas prácticamente irrelevantes, que servían para remachar al elector convencido y captar a algunos indecisos, ahora son decisivas. Al menos eso apuntan algunas encuestas poselectorales como las de las últimas elecciones generales, que sugieren que cerca del 40% (!) de los electores decidieron su voto durante las dos semanas previas a las elecciones y que una parte nada despreciable lo hizo casi arrastrando los pies yendo a depositar el voto en la urna. Es un fenómeno todavía no muy bien estudiado, pero está empíricamente demostrado, y parece que comienza con la crisis de legitimidad de las instituciones y del sistema político provocada por la crisis económica de 2008.

En efecto, el comportamiento electoral que en las crisis anteriores a la Gran Depresión fluctuaba entre el castigo al partido del gobierno y el premio al principal partido de la oposición, en virtud del clásico binomio crítica-responsabilidad, hace tiempo que mutó en forma de volatilidad y evanescencia electoral. La certeza del voto normal, lo que los politólogos describen como el voto en el “partido de toda la vida”, ha dado lugar a fenómenos tan insólitos como, por poner un solo ejemplo, la desaparición de la primera fuerza política en Cataluña en tan sólo dos legislaturas (Ciudadanos) . El voto estratégico, es decir, la elección de la segunda opción o del mal menor con más opciones antes que la propia, ha desaparecido de nuestro paisaje. El elector racional, el del coste-beneficio, parece estar en vías de extinción o al menos en regresión, ya que para algunos ir a votar se ha convertido en tan banal como elegir una marca de yogures en el supermercado. Y los partidos no es que lo quieran, eso, es que tratan de adaptarse a ellos como pueden, de retener al máximo a los infieles, de captar nuevos electores a toda prisa...

Sin embargo, fue a partir de 2015 cuando se observó el gran cambio, con la sepultura definitiva del bipartidismo imperfecto, tanto en España como en Cataluña, y la fragmentación partidista acaecida con la irrupción en nuestros Parlamentos de nuevas fuerzas políticas post-15 -M –Podemos o los Comunes–, y, más adelante, con la emergencia de la ultraderecha, que tarde o temprano tenía que llegar a nuestra casa, no sólo por la atomización del espacio político de la derecha españolista tradicional (PP), sino también por el desgraciado despertar –bien europeo, por otra parte– de las opciones que atienden a las emociones y los más bajos instintos contra los inmigrantes, más que contra el deterioro de la prosperidad o el crecimiento de las desigualdades, factor explicativo de lo que sucede sobre todo en Sudamérica (Bolsonaro y ahora Milei). Prueba de ello es que aquí, aparte de Vox, algunas encuestas atribuyen representación a Aliança Catalana en las próximas elecciones. Y es que Europa hace ya tiempo que se va desacomplejar en este sentido (Francia, Italia, Países Bajos, Alemania, Austria, Flandes), y ahora parece brotar allí donde el fascismo desapareció más tardíamente: Portugal (1974) y España (1975).

Ciertamente, vivimos tiempos convulsos, en los que el conocimiento y la experiencia se relegan a favor de la especulación; en el que el diálogo y el consenso ceden el paso a la polarización más extrema, a la lógica tan schmittiana del amigo-enemigo. Y éste es el motor abyecto de la política del presente y, por qué no decirlo, la causa eficiente del enfangamiento y de la lucha espuria por el poder. Hoy, los partidos de éxito son los que abrazan determinada causa antes que la ideología y la buena gestión. Lo desconcertante es que esto, sin embargo, es un fenómeno tanto transversal como intergeneracional. En Catalunya, mientras los buenos augurios del PSC son posibles porque es capaz todavía de retener su electoral tradicional, de mayor edad, en el terreno independentista, paradójicamente, gran parte de este espacio, tributario del catalanismo de orden de siempre, ahora navega en las procelosas aguas de los sentimientos. Y esto puede ser útil para unas elecciones, ya veremos. Pero, pensando en el día siguiente, si la disputa es ideológica, los pactos serán más factibles; si la disputa es emocional, los pactos pueden ser una subasta que nos vierta en el bloqueo.

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