Siete motivos para no votar con la pinza en la nariz

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Un colegio electoral en una imagen de archivo.

1. Mis abuelos, que tuvieron que ir a la guerra allá donde les tocó, no votaron por primera vez hasta que tuvieron 65 años. Para elegir la composición del Parlament de Catalunya, tan sólo llegaron a hacerlo la primera vez, en 1980. Cada vez que me convocan a las urnas, voy también por ellos. Por todos los que hubieran querido vivir en democracia y les cisaron toda una vida de libertades.

2. Últimamente se ha puesto de moda el argumento condescendiente de “votaré con la pinza en la nariz”. Pues ya te la puedes quitar. No debes casarte con Albiach, Aragonés, Estrada, Fernández, Isla ni Puigdemont (les pongo por orden alfabético para ahorrarme comentarios ofendidos y encendidos). Sólo tienes que votarles pensando qué es lo mejor para Cataluña o, egoístamente, para ti mismo. Y si no te representan bien, dentro de cuatro años votas otro y adelante y gritos.

3. Sin embargo, seguro que hay un partido, entre todas las opciones, que se acerca más a tus ideas sobre el bolsillo, sobre la vivienda, sobre trenes y aeropuertos, sobre el boca a boca que necesita la educación, sobre cómo salvar el planeta, sobre cómo salvar la lengua (siempre tenemos que salvar tantas cosas, aquí), sobre la forma de integrar a los recién llegados, o sobre el encaje con España o la forma de huir. El interactivo del ARA (Dinos qué piensas y te diremos qué voto te encaja más) es altamente recomendable para los indecisos. Fui sincero en las respuestas y, en mi caso, me lo clavó. Y me lo aclaró.

4. Cada urna tiene su cosa. No es lo mismo el Ayuntamiento, el Congreso, el Europarlamento o el Parlamento de Cataluña. En este sentido, existe una decisión previa a la hora de elegir la papeleta para el 12-M. Por un lado, hay un puñado de partidos por los que Cataluña es el centro del mundo; y, por otro, hay un montón de formaciones para las que Cataluña es una sucursal española, una comunidad autónoma más o, incluso, una región cualquiera. Primer cribado.

5. Si lo que sueñas, a medio plazo, es una Catalunya que sea un nuevo estado de Europa, la fuerza sólo la darán los votos y, por tanto, los escaños conseguidos. Éste no es un plebiscito sobre Sánchez ni sobre Puigdemont, pero sí que la lectura que se hará al día siguiente, en las radios de Madrid, pero también en la prensa de prestigio mundial, dependerá de si el independentismo suma de nuevo mayoría absoluta o se deshincha como un globo. Aunque sea por eso, la abstención soberanista es dar alas a quienes piensan que nunca habrá que hablar de un referéndum porque la mayoría no está por eso. A atarnos una piedra en el tobillo siempre estamos a tiempo. No hace falta que sea este domingo.

6. El próximo lunes, cuando leas el diario y te lamentes que los resultados dejan el país en una situación ingobernable, quizá te ronde una idea. Íntimamente pensarás que quizás, si en lugar de quedarte en casa para castigar a los partidos que te han decepcionado tantas veces, hubieras elegido una opción política, tu voto habría ayudado a sacar a Catalunya del callejón sin salida. Dejarnos en el 2024 sin aprobar los presupuestos más expansivos de la historia fue una irresponsabilidad achacable a los políticos. Pero dejar un país sin pactos que hagan posible una mayoría de gobierno será un error que nos debilitará durante meses como pueblo y como ciudadanos.

7. Y un último motivo, nada menor. Si los resultados y las líneas rojas cruzadas hacen imposible que se elija a un presidente, entonces tendremos que repetir las elecciones. Aunque sea para ahorrarnos otra campaña de debates estériles, de argumentos sudados, de rótulos de farola, de eslóganes de poca monta y de mucho dinero gastado en correo de listas electorales que van directos al contenedor de papel, ve y vota. Todo lo que sea ahorrar una repetición electoral nos hará respirar hondo.

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