Los ovnis de Franco
El jueves, veinte de noviembre, se cumplirá medio siglo de la muerte del general Franco. Pasaban cosas raras, entonces. El día 6 de septiembre de 1975, poco antes de la muerte del dictador, el programa de televisión Directísimo, dirigido por José María Íñigo, superó los 20 millones de espectadores durante la aparición del prestidigitador israelí Uri Geller (España solo tenía 35 millones de habitantes, y visto así el número de espectadores impresiona aún más). La aparición de un tipo doblando cucharas gracias a sus supuestos poderes paranormales en aquella España de boinas y encendedores de mecha, pedregosa e ingenua, violenta y al mismo tiempo dócil, constituyó un fenómeno verdaderamente social. El numerito de Geller fue presenciado por jóvenes y por viejos, por ricos y por pobres, por gente del campo y por urbanitas, por partidarios de la dictadura agonizante y también por sus detractores: toda una comunión de ilusiones e incertidumbres en medio de la estulticia generalizada de los años setenta. Los grandes cambios sociales tienen estas cosas. Hace 25 años, el antropólogo Gerard Horta estudió la relación entre el anarquismo y el espiritismo en la Catalunya de finales del siglo XIX y comienzos del XX en el ensayo De la mística a les barricades (2001), en el que mostraba cómo estas dos corrientes confluyeron en la cultura obrera y popular catalana. Tenían en común el anticlericalismo, la crítica al Estado y la defensa de la autogestión y la solidaridad. Atrajo a obreros y librepensadores que buscaban una espiritualidad emancipadora y contraria al orden establecido. El resultado final era confuso y políticamente inviable.
La muerte de Franco abrió un período de transición no solo política y cultural, sino también –o quizás sobre todo– mental. En ese contexto, la fascinación por los ovnis se convirtió en un fenómeno popular que reflejaba la necesidad de imaginar fantasiosamente nuevos horizontes y escapar de décadas de represión. En los años setenta, los marcianos llevaban monos ajustados y relucientes, y seguramente fumaban rubio mentolado mientras pilotaban el ovni. El mundo en general vivía una obsesión por los extraterrestres a consecuencia de la Guerra Fría, pero fue sobre todo durante el inmediato postfranquismo cuando el fenómeno adquirió aquí una dimensión cultural fascinadora. Aunque hoy pueda parecer increíble, el diario monárquico y conservador Abc inauguró una sección dedicada en exclusiva a los platillos voladores. Todavía dura. Hace año y medio (28-5-2024) el periodista Israel Viana evocaba esto: "«Hay que convocar a las masas, crear las condiciones para derrumbar el capitalismo y la burocracia de los estados obreros e instaurar el socialismo. Hay que decir a los seres de otros mundos, si aparecen, que tienen que intervenir ya, colaborar con los habitantes de la Tierra para suprimir la miseria; hay que hacerles esta llamada", escribía Homero Rómulo Cristalli, en 1968 [...]. Lo tituló «Los platillos voladores, el proceso de la materia y la energía, la ciencia, la lucha de clases revolucionaria y el futuro de la humanidad»". Ufología marxista. Uau.
El antropólogo Ignacio Cabria, en su libro Historia cultural de los ovnis en España 1950-1990 (2022), explica que los avistamientos de ovnis se convirtieron en parte de la vida cotidiana y fueron difundidos por los medios, sobre todo durante el período inmediatamente posterior a la muerte de Franco. Se convirtieron en un símbolo de evasión y esperanza en un país que dejaba atrás –perdón: que creía dejar atrás– la censura y los palos y buscaba imaginar futuros alternativos con la abigarrada estética de los años setenta. Muerto Franco, la utopía era Demis Roussos vestido con túnica y botas doradas y las películas de Nadiuska. Los otros mundos posibles aún olían a col recalentada y de Zotal. La fascinación por los ovnis también mostraba la fragilidad de una sociedad en transición (mental), en la que la necesidad de creer en cosas extraordinarias servía para compensar incertidumbres políticas y sociales. Las alforjas de los burros se transformaron de repente en fantasiosos "motores antigravedad". Ya puestos, qué mas daba... Más que simples curiosidades, los extraterrestres posfranquistas se convirtieron en metáforas de la libertad, de una amenaza indefinida, y también de la ingenuidad de una España que empezaba a reinventarse de la peor manera posible: fingiendo un ataque de amnesia colectiva. No venimos solo de un silencio antiguo y muy largo, sino también de las estridencias insustanciales y al mismo tiempo pretenciosas de la década de 1970, cuando aquel militar que había causado una devastación sin precedentes se fue al otro barrio mientras los ovnis sobrevolaban El Pardo.