Terrazas en la calle Blai
01/07/2022
2 min

Barcelona es una ciudad ruidosa. Demasiado ruidosa. Este es, sin duda, junto con la contaminación y la suciedad, uno de sus puntos débiles más obvios. Lo es por la densidad, por el tráfico aún muy intenso y por la falta de zonas verdes y espacios públicos. Las políticas de pacificación de los últimos años buscan corregir este problema, muy acusado sobre todo en barrios céntricos, en especial en el Eixample, pero no sólo. La reducción del tráfico es, pues, imprescindible. Hay que seguir avanzando hacia todo lo que sea la minimización del uso del coche privado, la potenciación de transportes silenciosos alternativos y la mejora del transporte público (que en superficie tendría que ser cada vez más eléctrico). La superilla del Eixample que ahora se prepara va en esta línea.

Pero, como ya se ha visto en otros casos, algunas necesarias mejoras urbanas, como estas contra el ruido, tienen efectos secundarios. El término gentrificación –expulsión de vecinos que no pueden hacer frente a los precios de alquiler de su barrio una vez este ha sido mejorado– ya se ha convertido en un lugar común en Barcelona. Desde hace un tiempo, también se da otro fenómeno: la pacificación de ciertas calles, convertidos en zonas de peatones o mixtas, provoca que acontezcan lugares ideales para el ocio nocturno, con proliferación de terrazas de bar. Lo mismo pasa con ciertas plazas cuando, por diferentes factores –por ejemplo, la proximidad con zonas de ocio nocturno–, pasan a ser puntos de encuentro juvenil a altas horas de la noche, a la entrada o salida de discotecas y locales musicales. En todos estos casos, el ruido y los botellones están garantizados, y los vecinos sufren las consecuencias, con las horas de sueño alteradas. Vivir en ciertos lugares a priori privilegiados y pacificados puede convertirse, pues, en un infierno. El verano y el regreso del turismo no hacen sino aumentar la dificultad de esta convivencia.

El Ayuntamiento ya ha reducido horarios nocturnos de terrazas en calles como Blai en el Poble-sec, y los puede plantear en lugares como la carrer Enric Granados y los Jardins de la Mediterrània (a la Marina del Port). Pero las zonas conflictivas son muchas más. Por ejemplo, el Paral·lel o el Parc de les Tres Xemeneies, los dos también en el Poble-sec, o, en Sants, en los alrededores del Poble Espanyol, la Plaça d'Osca –donde también ya hay reducción horaria– y el Parc de l'Espanya Industrial. Parece evidente que habrá que extender las medidas horarias restrictivas a más lugares e incrementar la vigilancia policial allá donde haya conflicto, endureciendo los controles. Pero con esto no habrá suficiente. Solo con la colaboración de propietarios y gestores de bares y salas nocturnas se podrá reconducir la situación. Esto es lo que ahora empieza a intentar el gobierno municipal, ya veremos con qué resultados. En última instancia, la solución es ir hacia la relocalización de ciertos locales, llevando el ocio nocturno a zonas no habitadas.

Barcelona tiene que aspirar a ser una ciudad con menos ruido, tanto el estructural diurno fruto sobre todo del tráfico rodado como el del ocio nocturno, relacionado con el ocio juvenil y el turismo. Y hay que tener muy presente el peligro de que reducir el primero lleve a aumentar el segundo.

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