El Partido Republicano después del trumpismo
El partido tiene tres opciones, y cada una de ellas con consecuencias muy diferentes
muchas cosas han pasado desde que Alexis de Tocqueville analizó las maravillas de la revolución irresistible que los Estados Unidos experimentaron a principios de la era moderna. Cerca de 200 años después de la publicación de la emblemática Democracia en América de Tocqueville, ciudadanos con parafernalias fascistas irrumpían en el Capitolio alentados por su propio presidente. El mundo liberal se pregunta alarmado cómo es posible que una transición de poder pacífica no esté asegurada. Y esto, en la cuna misma de la democracia representativa.
¿Cuál es, pues, el futuro de la democracia en los Estados Unidos después de Trump? Es una pregunta relevante, sobre todo porque hoy en día las democracias ya no caen tanto por invasiones extranjeras o golpes militares. El peligro ahora rae en el ascenso al poder de autócratas más o menos disimulados, pero votados por sus propios ciudadanos.
La respuesta está exclusivamente en manos de la derecha americana. En concreto, la estabilidad del sistema está en manos de la interpretación que haga el Partido Republicano del éxito relativo del trumpismo, y de su estrategia los próximos años. El Partido Republicano tiene tres opciones, y cada una de ellas con consecuencias muy diferentes.
La primera opción sería la más letal para la democracia, y consistiría en conservar los elementos populistas y de extrema derecha del trumpismo. Al margen de sus implicaciones morales, esta opción sería un error estratégico. Estudios recientes muestran que el ascenso de Trump se debe casi exclusivamente a sus políticas desacomplejadamente antiinmigratorias. Paradójicamente, sin embargo, no hay evidencia de que las actitudes populistas y antisistema sean un gran predictor de su voto reciente. Por lo tanto, es importante no confundir posiciones restrictivas en cuanto a la inmigración con políticas antidemocráticas. Mientras que las primeras tienen un espacio electoral fuerte en los Estados Unidos y en todas partes, las segundas no.
A pesar de las imágenes sobrecogedoras de grupos radicales asaltando el Congreso norteamericano de los últimos días, los grupos de extrema derecha son demográficamente pequeños. El peso electoral del radicalismo dentro de la familia del Partido Republicano se exagera por el sistema electoral. De hecho, análisis recientes muestran claramente que, contrariamente a lo que se suele decir, la base social del trumpismo no consta mayoritariamente de clases trabajadoras radicalizadas y alienadas por el sistema. A pesar de que las diferencias por ingresos son pequeñas, el apoyo a Trump sube en los dos extremos del continuo económico. Como la coalición que ha hecho posible el Brexit, el Partido Republicano es una unión extraña entre los más pobres y los más ricos, y un poco de los que están entremedias. La inestabilidad de los últimos días está dividiendo la coalición republicana, que es más compleja de lo que parece. El radicalismo antidemocrático, pues, no apunta a opción viable para el futuro.
La segunda opción sería la mejor para la salud de la democracia americana. Consistiría en recuperar la coalición conservadora pero multicultural que, al menos sobre el papel, propulsó a George Bush Jr. a comienzos del 2000. Quién lo iba a decir, que esta sería la opción preferida del mundo liberal hoy en día. Esta sería una derecha militante en contra del racismo, que intentaría atraer a las minorías étnicas más conservadoras, como por ejemplo los latinos del exilio cubano o las comunidades afroamericanas más religiosas. Esta estrategia, sin embargo, no es muy probable. Las divisiones raciales en el comportamiento electoral en los Estados Unidos son todavía muy superiores a cualquier otro predictor del voto. Y las posiciones antiinmigratorias y contrarias a la diversidad son demasiado prominentes en el espacio republicano como para que ahora se abandonen de repente.
La tercera y última estrategia es quizás la más realista. Y quizás un reflejo de hacia dónde irán las democracias occidentales contemporáneas. Esta opción consistiría en fortalecer una coalición entre clases trabajadoras descontentas con la globalización, el establishment conservador tradicional favorable al libre mercado, y algunos elementos de la derecha religiosa. Esta unión es posible con una combinación que se ha demostrado mágica para la derecha contemporánea del mundo anglosajón: impuestos bajos y posiciones restrictivas hacia la inmigración.
Es posible apostar por la tercera opción y defender inequívocamente la democracia. Este es el reto del Partido Republicano en la era post-Trump. El trumpismo ha descubierto que la combinación entre impuestos bajos y control de la inmigración es un espacio electoral muy lucrativo. Aún así, el Partido Republicano no puede perder de vista que no se ve un resultado electoral tan malo de un presidente que quería renovar el cargo desde finales del siglo XIX. Al fin y al cabo, el trumpismo entendido como movimiento antisistema está dividiendo susa propios partidarios y ha fracasado estrepitosamente en las urnas.