Cuentan en el Todo se mueve, de Helena Garcia Melero, que los DJ tendrán derecho a ser considerados "artistas" y podrán, pues, tener algún derecho laboral, que no tenían. Muchos de ellos cobran poco dinero, unos 150 euros, por sesiones que a menudo son largas como un maratón. Hay quien piensa, claro, y eso decían en el programa, que el DJ es lo que "entretiene a los borrachos". Como en todas partes hay mediáticos y hay currantes y se tiende, pues, a pensar, como en la fábula de la cigarra y la hormiga, que lo que canta después no tendrá pan.
Hace mil años, cuando los DJ se llamaban pinchadiscos, porque lo que había eran vinilos y tocadiscos, era necesario, para poner un disco, limpiarlo. En la cabina había dos platos y el DJ primigenio hacía scratching, ese ruido medio de cafetera, medio de estar bajo el agua. Íbamos por detrás a verlo –siempre era guapo, el DJ– y le suplicábamos alguna canción. Entonces era caro oír una canción. No había Spotify. En la radio, cuando sonaba la que te gustaba, la grababas en casete. La canción Last night the DJ saved my life, que todos cantábamos como "las maravillas de my life", fue la que nos hizo entender el nuevo nombre. Ya no era un pinchadiscos. Atrás quedaba el anuncio de Trina en el que el chico poco popular de la fiesta cantaba"Siempre poniendo discos, nadie conmigo quiere bailar" y el corazón le contestaba "Toma un poco de Trina y tu vida cambiará".
De aquel pobre chico sin suerte a los DJ famosísimos de hoy hay un abismo. Por la felicidad, por la alegría, por el juego que me han regalado siempre los DJ (los que se ven y los que no, los de las discotecas y los de las fiestas, los famosos y los anón.