Parte del avión estrellado en la India
Economista
2 min

A veces, en la vida suceden cosas inexplicables.

Estos días, leyendo la historia del único superviviente del accidente aéreo de Air India, he ratificado una conclusión, un pensamiento o una creencia que tantas veces he sentido.

Más de doscientas personas murieron en el accidente, incluidas las que estaban en tierra y fueron arrolladas por la aeronave. ¿Hubo supervivientes? Sí.

Uno.

Una sola persona se salvó. Y salió caminando por su propio pie. Su hermano, que viajaba justo a su lado, falleció. Insisto, en el asiento de al lado. Él, ileso. Su hermano, muerto.

He dedicado buena parte de mi vida a pensar y escribir sobre el factor suerte. Àlex Rovira y quien firma esta columna defendimos en su día, en la fábula La buena suerte (que dio la vuelta al mundo, se tradujo a decenas de idiomas, vendió millones de copias y llegó a ser número uno en ventas en Japón y España, entre otros), que la suerte no es una lotería, sino una mezcla de oportunidad y preparación. Que uno debe crear las condiciones para que aparezca. Que la suerte favorece a quien trabaja, observa, insiste, persevera.

Sin embargo, ¿cómo aplicar eso aquí? El asiento 11A no fue una preparación. Fue una asignación. Nada más. No hay estrategia, ni mérito, ni oportunidad. Hay azar. Brutal. Puro. Incomprensible. Y esa persona que camina, viva, entre el resto de los pasajeros, muertos, queda marcada para siempre.

Imagino el silencio en su interior. El eco de cada nombre que no superó el recuento de supervivientes. El peso de la pregunta imposible: ¿por qué yo? No es una suerte que se pueda celebrar. Es una supervivencia que exige un relato. Una explicación que, probablemente, no exista. Solo el tiempo, y quizá la espiritualidad, le permitirá resignificar ese milagro sin mérito ni culpa.

Siempre he creído en el destino como algo que se construye. Que nuestros actos trazan un camino. Pero también sé que hay acontecimientos que están fuera de ese trazado. Que caen como meteoritos sobre nuestras cabezas. Y en esos momentos, uno solo puede decidir qué hace con lo que le ha tocado.

¿Convertirá el pasajero del asiento 11A su vida en un testimonio? ¿Sentirá que tiene una misión? ¿Se retirará del mundo en silencio? Nadie lo sabe. Sobrevivir así —de forma tan brutalmente aleatoria— no sé yo si te convierte en afortunado. Más bien lo contrario. O algo distinto: te convierte en alguien a quien la vida le ha hecho una pregunta muy difícil.

Lo que haga, de ahora en adelante, con esa pregunta… eso sí es destino.

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