¿Es posible una derecha democrática en España?

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El líder  de Vox en Castilla y León, Juan García-Gallardo (izquierda) y el presidente en funciones de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, se abrazan en el acto de constitución de las Cortes de Castilla y León, el 10 de marzo.

El resultado de las elecciones en Castilla y León y la voluntad de VOX de formar parte de su nuevo gobierno, avivaron una controversia en la izquierda que el Partido Popular ha resuelto de la única manera que podía resolverla.

En estas últimas semanas se han servido unas cuantas raciones buenas intenciones desde sectores progresistas aferrados a una hipótesis poco verosímil: que el PP explorara con el PSOE e incluso con fuerzas a su izquierda un posible pacto que excluyera a la ultraderecha de los gobiernos en general y del de Castilla y León en particular. Se ha hablado de cordones sanitarios democráticos, se ha dicho que el PP es una fuerza necesaria para la democracia española y se ha reivindicado incluso su papel como gran partido de oposición necesario para el control parlamentario y la alternancia. Se ha llegado a decir que el PP y VOX son fuerzas muy distintas e incluso hay quien ha querido vender la defenestración (casi literal) de Pablo Casado como el asesinato en el comité central de un líder que nunca hubiera aceptado gobernar con VOX. Venga hombre.

El periodista con mejores intenciones de España, Enric Juliana, sigue hoy aferrado a la mala cara que puso Tusk ayer en París cuando Andrés Gil le pidió su opinión sobre la entrada de VOX en el Gobierno de Castilla y León. Tusk dijo algo así como que lo de Castilla y León no puede ser tendencia. Una especie de “que sea la última vez”. Juliana quizá piense que como Donald Tusk es polaco su autoridad en la familia popular europea es como la que Wojtyla tenía en la Iglesia. Aquí que no nos oye nadie; les juro que a Mañueco y al PP lo que diga Tusk les importa un pimiento.

Hay quien dirá, no sin algo de razón, que a los poderes económicos lo que les convendría es una nueva gran coalición entre el PSOE y el PP y que todo se parezca un poco más a como eran las cosas antes. A mí me convendría tener la espalda más recta, tener 15 años menos y ser más alto. Pero ni yo voy a rejuvenecer ni el PP va a explorar una gran coalición con el PSOE; ni siquiera aunque el propio PSOE se lo plantee y lo intente.

El periodista con peores previsiones para España, Pablo Elorduy, hizo ayer el análisis más lúcido que he leído. Con inteligencia de cenizo profesional, se elevó hasta el espacio aéreo europeo y escribió “De verdad que me gustaría pensar que se va a formar el cordón sanitario europeo que va a dejar fuera a los Vox, Zemmour y Salvini, pero creo más bien que esos entrarán en el consenso de época... y que lo que se quiere dejar fuera son los Corbyn, Mélenchon, Tsipras, Belarra…” Y por si quedara alguna duda movió de un lado a otro la navaja que ya estaba en el estómago del pobre Juliana añadiendo “Ojalá sea yo el que no ha estudiado lo suficiente” aludiendo al último libro del director adjunto de La Vanguardia. Juliana no se puede quejar; los jóvenes le leen aunque le lancen pullitas en las redes.

El PP ha pactado con VOX en Castilla y León y lo hará allá donde necesite gobernar. Y ello, independientemente de que a los mandos esté Casado, Feijóo o Díaz Ayuso. Y lo hará porque no tiene más remedio que hacerlo. El reaccionarismo ultra que representa VOX y que proviene de las poderosas profundidades del Estado ha colonizado la estructura ideológica y cultural de las bases sociales y electorales de toda la derecha. La ultraderecha no es fundamentalmente VOX; la ultraderecha es económico-mediática, judicial, policial, militar… Y el PP sabe que lo que se juega no es gobernar con VOX o sin VOX, sino seguir o no seguir por delante de VOX.

Con el sistema partidos del 78 muerto y enterrado y con la amenaza de involución democrática acrecentada por las dinámicas de la Guerra de Ucrania, la pelota está en el tejado de la izquierda. Abandonar la melancolía y la nostalgia es condición de posibilidad para afrontar una batalla cultural ineludible y para diseñar de una vez un proyecto pactado entre distintas fuerzas para disputar el Estado a los ultras. Sin una estrategia pactada de Estado no habrá futuro ni para el PSOE, ni para Unidas Podemos ni para los independentistas. Si el mínimo común democrático que podría unir a esas fuerzas no opera pronto como proyecto y se continúa en la lógica de alianzas de coyuntura será solo cuestión de tiempo que Tusk salude al vicepresidente (o presidente) Abascal y le diga, entre risas, “que sea la última vez”.

Pablo Iglesias es doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense de Madrid, ex secretario general de Podemos y ex vicepresidente segundo del gobierno español
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