Se entiende que desde el punto de vista de los partidos independentistas, en sus negociaciones con España su principal objetivo sea conseguir pactar un referéndum de autodeterminación. Es lo que haría posible que su resultado fuera reconocido internacionalmente. Y doy por supuesto que hablamos de un referéndum con un sí o un no a la independencia, que debería celebrarse en un clima de juego limpio, sin amenazas y con una campaña en igualdad de condiciones tanto para los favorables como para los contrarios a la secesión.
Ahora bien, éste es un objetivo puramente instrumental. Quiero decir que sólo se refiere a la herramienta que permitiría dilucidar democráticamente cuál es la voluntad de los catalanes. Hacer un referendo pactado puede ser necesario, pero es del todo insuficiente. Para conseguir la independencia, esta sería la voluntad mayoritaria de los catalanes. Y hay que decir sin tapujos que ahora mismo no estamos en ese punto. Ganar el duro combate por el derecho a la autodeterminación para acabar perdiendo el referéndum sería ridículo.
Vista la trascendencia y dificultad de la aspiración a la independencia, por tanto, fiarlo todo al éxito de unas mayorías parlamentarias estado y es un error. Es una suerte que existan diversas formaciones que tengan la independencia como horizonte, sí. Pero también es lógico que compitan entre ellas por hacerlo según sus criterios y los de su electorado. En este sentido, pedir unidades estratégicas o una suspensión provisional de la rivalidad es tan inútil como absurdo. Además, una vez dentro del marco institucional español, la acomodación a sus reglas les llena inevitablemente de contradicciones y les debilita.
El obstáculo de verdad para alcanzar la independencia de Catalunya, pues, es el de partir de una unidad nacional cívica. Es decir, de un sentimiento muy ampliamente compartido de pertenencia a la nación y que éste acabe convirtiéndose en voluntad política. Muy probablemente se estuvo cerca en octubre del 2017. Pero lo cierto es que no se partía todavía de una base suficientemente sólida, madura en el vínculo y estable en el tiempo. La épica del referendo y la respuesta posterior a raíz de la brutal represión se ha visto –como era previsible– que no constituían un punto de no retorno. Y si bien la independencia sigue teniendo un apoyo alto, el plus de fuerza de aquel estado de euforia se ha perdido. ¿querer autodeterminarse, sino a hacerlo a favor de su soberanía nacional? Mi opinión es que fundamentarlo en sentimientos de agravio hacia España es un error. Por decirlo rápido: si es que “España nos roba”, ¿también podría dejarnos de robar y, entonces, renunciaríamos a la soberanía? Si un día España garantizaba políticas sociales más efectivas que las nuestras, o consideraba la lengua y cultura catalanas como propias, ¿se habrían terminado las razones? en positivo, de proyecto, en definitiva, lo suficientemente atractiva para conseguir la adhesión madura y estable necesaria para un objetivo de tanta ambición, dificultad y riesgo. No es suficiente con tener razones históricas, o si se quiere, la razón histórica. Tampoco ya se puede construir sobre una ilusoria cohesión social y cultural en tiempos de tanta dispersión de orígenes e ideologías.
Históricamente, la nación se sostenía en instituciones fuertes como la familia, la iglesia, la escuela, el ejército... En Francia, los sindicatos. Pero ahora sólo existen instituciones débiles y discutidas. En otras épocas también había habido liderazgos fuertes, tanto políticos como sociales, de los que ahora carecemos, quizás porque no gustan, no sé si son posibles ni si convienen demasiado.
Para los catalanes, la cultura popular –tradicional o contemporánea– también ha sido determinante. Pero siempre ha sido la lengua el vínculo más directo para reconocernos entre nosotros, y al mismo tiempo el más sencillo de asumir por todos, porque hablar catalán no pone en cuestión las diversidades ideológicas, culturales, religiosas o políticas. Y probablemente, todavía lo es, o podría serlo, ese vínculo. Pero ahora también vemos su debilidad, y cómo se nos deshilacha. Ni la necesitan demasiado los forasteros para participar en la vida nacional, ni interesa particularmente a los jóvenes para su sociabilidad.
Por eso, si se me pide dónde el independentismo debe poner toda la inteligencia y toda la voluntad , incluso antes de ningún referéndum, aconsejaría que en este objetivo: hacer crecer la unidad nacional.