El precio de la energía: evitemos los grandes saltos

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Si nuestro juicio sobre el dramático aumento del precio de la energía fuera informado por el Dr. Pangloss, el personaje de Voltaire que en todo veía el mejor mundo posible, concluiríamos que se ha generado la situación ideal para estimular el ahorro de energía y para impulsar las renovables.

Esto es muy cierto. Pero también lo es que la sustitución hacia renovables, o el ahorro posible, no puede evitar a corto plazo un sufrimiento social y económico que, además de doloroso en sí mismo, puede ser aprovechado políticamente vete a saber por quién.

¿Cómo hemos llegado aquí? Es tentador buscar la explicación en el mecanismo de formación de precios, pero hacerlo sería erróneo. El precio de la energía depende del precio del gas, porque en un proceso muy ordenado de producción el coste de producir una unidad adicional de energía será el de la tecnología más cara entre las que ya operan. Es por lo tanto un indicador de hasta qué punto la energía es escasa. Dejo constancia, sin embargo, de que los beneficios caídos del cielo que este precio genera (en economía se llama rentas) pueden ser socializados, si se quiere, por la vía de impuestos sobre beneficios extraordinarios.

Es mejor pensar este tema en términos más convencionales: el precio responde a la oferta y la demanda, y oscila mucho porque estas oscilan y porque los usos de la energía están tan rígidamente condicionados por la tecnología instalada que responden poco a los precios. Es decir, hace falta un movimiento drástico para que una fábrica pase a operar por la noche o a parar máquinas. Entre las circunstancias que ahora han influido sobre la oferta y la demanda señalo dos. Una, permanente, son las medidas para hacer frente a la crisis climática, que, vía impuestos o vía la obligación de adquirir derechos de emisión, encarecen el precio de venta de la energía carbónica. La otra, más del momento, son las consecuencias, actuales o previstas, de la invasión de Ucrania, que han llevado a la necesidad de ir disminuyendo las compras de gas ruso. Ambas vienen a ser como reducciones de la oferta: ya sea por carbónica, ya sea por rusa, tenemos menos energía usable de lo que era habitual en nuestro sistema de producción y consumo.

Pienso que la tendencia de fondo dictada por el combate contra el cambio climático se tiene que aceptar, pero la volatilidad de precios causada por las incidencias del momento no lo tiene que ser. En la medida posible hay que intervenir para suavizar los movimientos de precios. Es decir, para evitar saltos. ¿Cómo lo podríamos hacer?

De aquí a 2050 los objetivos de la política energética tendrían que ser tres. El primero y absolutamente prioritario es el objetivo de París: cero emisiones carbónicas, en términos limpios, en 2050. El segundo, condicionado al logro del primero, es llegar a 2050 con un precio de la energía -que ya sería toda limpia- que garantice niveles de bienestar decentes. El tercero es minimizar el total de emisiones carbónicas de aquí a 2050. El primer objetivo marca el éxito o el fracaso a la hora de acotar el calentamiento de la Tierra; el segundo es clave para permitir un crecimiento sostenible, y el tercero, en cambio, es significativo solo en la medida en la que no perseguirlo ponga en peligro el logro del primero o dificulte mucho el segundo.

Volvemos a la pregunta: ¿cómo podemos suavizar los movimientos de precios? Pues cómo se ha hecho siempre: constituyendo reservas que se llenan cuando los precios bajan y se vacían cuando suben. Y aquí, a diferencia de otras materias primas, estamos en una buena situación, puesto que no faltan reservas para regularizar la oferta de energía. Tenemos la nuclear, el gas, el petróleo y, yendo al extremo, el carbón. Claro, estas reservas tienen el inconveniente de que, excepto la nuclear -que tiene otros problemas-, son carbónicas. Pero recordémoslo: siempre que lleguemos a emisiones cero en 2050, minimizarlas antes de 2050 no es lo más prioritario.

En resumen: con el objetivo de evitar males mayores pienso que, hasta que no dispongamos de la capacidad adecuada en renovables, será necesario el uso de energía carbónica para contener la volatilidad de precios. ¿Será fiscalmente sostenible? No lo sería si se tratara de fijar los precios a un nivel bajo. El coste fiscal continuado, en términos de menos recaudación de impuestos o incluso de subvenciones, sería muy problemático. Ahora bien, no se trata de estabilizar niveles, sino de suavizar movimientos bruscos. La volatilidad se tiene que eliminar alrededor de una trayectoria de precios, seguramente creciente, gestionada para que el ritmo de inversión en renovables y los incentivos para sustituir hacia renovables garanticen que lleguemos a cero emisiones en términos limpios en 2050, y todavía mejor si lo podemos hacer mejorando niveles de bienestar.

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