Prepararse para el decrecimiento turístico

Masificación turística en Mallorca.
Catedrático de Economía de la Universitat Pompeu Fabra
3 min

En turismo toca, ahora, decrecer. Al menos, respecto a las tasas de crecimiento anteriores. Veremos cómo la sociedad vive un proceso de estas características. Lo veremos desde una disparidad de lecturas: ¿conservar el récord de visitantes año tras año será decrecer? Claro que desde el punto de vista de mantener la cifra, que ya sería un hito, ¡esto implicaría una tasa de crecimiento cero! ¿Será percibido como decrecimiento registrar tasas de crecimiento inferiores a las del pasado? Más de lo mismo: ¿en tasas de crecimiento, pero incrementadas con menor rapidez que antes, se considerará como un fracaso, a pesar de reportar aumentos absolutos de visitantes? ¿Hay que decrecer en términos absolutos o, simplemente, bastaría con sustituir un tipo de turistas por otro, considerando como una mejora satisfactoria el hecho de lograr una mayor productividad, es decir, una mayor generación de renta por ocupado? Por la misma cifra de negocio puede que no hagan falta tantos turistas, si tienen más disposición a pagar.

Todas estas cuestiones requieren un juicio diferenciado. Por lo que sabemos hasta ahora, los nuevos inversores en el sector turístico quieren más crecimiento de visitantes, y con tasas más altas que en el pasado. De hecho, aspiran a acoger demanda nueva y no a restar a la ya existente, sin competir con la de los demás, lo que siempre conlleva una mayor exigencia empresarial. Los empresarios que disfrutan del statu quo actual, no los nuevos entrantes, creo que ya han descubierto que con el mantenimiento les basta, e incluso aceptarían una tasa de crecimiento nulo, ya que esto les permitiría mantener la rentabilidad. Saben que la entrada de nuevos inversores puede degradar la oferta existente, no solo con precios incipientes más bajos todavía, sino también con una masificación que les provocaría bastantes externalidades negativas, deteriorando la calidad –poca o mucha– hoy existente. Los empresarios más fuertes del statu quo quisieran, hoy, incluso sustituir la demanda de visitantes: menos gente que gastara más, garantizando un número total de ingresos constantes en términos reales, como mínimo.

En todo caso, muchos empresarios procuran maximizar su excedente en cifras absolutas (restando de la caja lo que toca pagar a los empleados, y entendiendo que el exceso de demanda infla el coste). Este es el caso, en particular, de aquellos que consideran los equipamientos como coste hundido o capital ya amortizado. En cifras relativas, según euro invertido, el atractivo es ya menor. En general, cuando el excedente relativo deja de importar, el empresario puede estar tentado de buscar la tasa positiva de crecimiento, por escasa que sea, incrementando la oferta. Mientras, el proceso de masificación viene facilitado por un queroseno subvencionado, un transporte que no sufraga el coste ambiental y un visitante que no paga, con tasas, los efectos sociales que genera.

A los trabajadores, a diferencia de los empresarios anteriores, les importa lo que se llevan ellos al bolsillo (más allá del coste del empleo para la empresa, y cualquier teoría del salario diferido) respecto al tipo de esfuerzo que el trabajo requiere. Aceptan pagos informales, condiciones de vivienda, estrés... durante unos meses, para sestear el resto del año en la economía sumergida. Mala pieza para una economía saneada: sin mayor productividad, el empresario que se apropia del excedente residual del negocio dice que no puede pagar más. Sin embargo, analizando el bienestar, desde la productividad o retribución por ocupado debemos llegar, finalmente, a la renta per cápita, que es lo importante; y al modelo mediterráneo de bienestar, en la renta familiar bruta disponible, que es el cobijo final de muchos ciudadanos. Es decir, transitemos de lo macro a lo micro, hasta una cifra afectada por la ratio ocupado/pasivo (niños, mayores y desempleados), neta de impuestos y subvenciones; tanto transferencias monetarias como servicios que el sector público da en especie y no hace falta pagar. La disponibilidad de renta, después, debe reflejarse en capacidad adquisitiva: vivienda, espacio social, servicios públicos. Todos estos elementos están hoy presionando cada vez más a las finanzas públicas, a falta de un modelo productivo que retribuya mejor a los trabajadores del sector.

Fue el siglo pasado cuando encaré, en Menorca, el error de no entender que no era en las tasas de crecimiento del valor añadido bruto (VAB) ni en el número de ocupados donde se encontraba el éxito de una economía, sino en la generación de renta per cápita, en términos reales, tal y como he indicado. Lo hacía comparando la situación de Ibiza con la denigrada economía menorquina, tildada de retrógrada y conservacionista. Era la confusión primaria entre renta y patrimonio; entre flujo y stock; entre cuenta de resultados y balance. Después, hice el análisis extensivo al Principat, dentro del Estado. Afortunadamente, hoy más economistas han identificado correctamente el problema.

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