A Puigdemont le da igual PSOE o PP

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Carles Puigdemont durante una intervención en el Parlamento Europeo.

El independentismo vuelve a jugar la partida española. ERC empezó a hacerlo poco después de octubre de 2017. Junts per Catalunya ejecutó su giro tras las elecciones españolas del pasado 23 de julio, cuando una carambola convirtió a sus siete diputados en imprescindibles para Pedro Sánchez. Los de Junts estaban obligados a elegir. O Sánchez o repetición de elecciones.

Entonces, Carles Puigdemont llevó a Junts a acordar, primero, la presidencia y el resto de la mesa del Congreso y, seguidamente, la investidura de Sánchez. Luego, también daría sus votos en la agónica votación de los célebres decretos ley del ejecutivo central. Durante todo este recorrido, ERC los ha ido acompañando, aunque muy a menudo mirándose los zapatos y moviendo la cabeza en señal de desaprobación. Y en algunas ocasiones levantando la voz para lanzar duras recriminaciones contra Puigdemont y los posconvergentes, como ocurrió con la ley de amnistía.

Pese a que ERC y Junts se han convertido en actores relevantes de la política española, las formas de aproximarse al pacto de unos y otros son opuestas. Tras ellos hay dos ópticas y dos actitudes diametralmente diferenciadas. Tampoco las estrategias son iguales.

El PSOE es el único de los dos grandes partidos estatales con los que Esquerra puede llegar a entenderse. Es impensable que lo hiciera con el PP, menos aún con el PP actual. ERC se define como partido de izquierdas; también su gente, dirigentes y base, se sienten así de forma abrumadoramente mayoritaria. Existe, en consecuencia, una sintonía, hasta una simpatía, ideológica entre unos y otros.

Además, no puede pasarse por alto que Esquerra ha adquirido con el tiempo, y sobre todo a raíz de su condición gobernante, un sentido institucional que no tenía en el pasado. Los fracasos políticos del primer (2003-2006) y el segundo tripartito (2006-2010) son la muestra de esa inmadurez. Pero eso no quiere decir que en el futuro no pueda volver a intentarse y –¿por qué no?– salga bien. Porque el ERC de ahora ya no es el ERC de entonces. El cambio cultural que ha experimentado y el hecho de necesitar al PSC –un PSC vinculado al PSOE como nunca en su historia– como muleta para la gobernabilidad catalana resultan determinantes. El apoyo mutuo que se han dado republicanos y socialistas en Catalunya y en Madrid ha acabado no solo engrasando la relación, sino también generando un sentimiento de empatía, de mutua comprensión, entre unos y otros. No hay que olvidar que ERC y el PSOE pactaron el indulto de los líderes independentistas condenados, Junqueras entre ellos.

Nada de todo esto sucede cuando hablamos de los posconvergentes. Los de Puigdemont no sienten ninguna simpatía por el PSOE, tampoco por Sánchez, un tipo al que, como confesó él mismo, Puigdemont nunca compraría un coche. Asimismo, no simpatizan con el PSC. No lo hacía Jordi Pujol ni lo hacen los de ahora (Puigdemont logró para CiU arrebatar al PSC la alcaldía de Girona, hasta entonces en sus manos). El ex president y Junts son en este sentido accidentalistas, postura de una larga tradición en el catalanismo. Significa, en el contexto presente, juzgar y relacionarse con el gobierno y los partidos españoles considerando no lo que son o dejan de ser, sino, estrictamente, lo que le conviene a Catalunya en cada momento.

Pujol lo practicó durante sus años al frente de CiU, llegando a pactos tanto con el PSOE como con el PP. Así, Puigdemont y Junts ponen el foco exclusivamente en lo práctico: ¿qué quieres?; ¿qué estás dispuesto a dar? Hacen transacciones con el adversario, incluso el enemigo. Aquí, al contrario de lo que ocurre entre ERC y el PSOE, no hay fraternidad, ni compañeros de viaje. Esta igualación ha dado una obvia ventaja al nacionalismo catalán de centro y centroderecha, que ha podido negociar a ambos lados. Y es una oportunidad para el PP. Ahora es su plan B, pero tal vez tendrá que ser su plan A si comprueba que con Vox no llegará a la Moncloa.

Justamente, las inoportunas y contraproducentes manifestaciones de Alberto Núñez Feijóo sobre las condiciones de un posible indulto a Puigdemont (y la confusa marcha atrás posterior) pueden ser leídas en esta clave. Bien como un intento de dibujar un determinado horizonte de posible entendimiento, bien como un intento de amortiguar posibles revelaciones del ex president –“todo se sabrá”, advirtió a los populares– sobre los contactos entre PP y Junts tras las elecciones del julio.

Sin embargo, la equivalencia, la falta de discriminación, entre el PSOE y el PP de la que hace gala Junts no puede tomarse en serio. La realidad es que, hoy, aquí, no hacer distinciones es un grave error (o una apuesta miope por "lo peor, mejor"). La realidad, hoy, aquí, es que para Catalunya –también para España, pero eso es harina de otro costal– que el poder pasara a manos del PP –peor aún si fuera con Vox– supondría una auténtica, indiscutible, calamidad.

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