1. Un expresidente. Carles Puigdemont. Pronto cumplirá seis años de su exilio en Waterloo y, después de un año viene otro, había ido perdiendo fuelle en la rutina política, en el poder del partido y en la presencia mediática. De repente, Pedro Sánchez le menospreció en campaña electoral diciendo que antes era un problema y que ahora “Puigdemont no es más que una anécdota”. Y lo remató: "Su palabra vale lo que vale su declaración de independencia, es papel mojado". Los resultados electorales del 23-J han querido que las declaraciones que no valgan gran cosa sean las de un líder socialista que para ser investido presidente necesita, indudablemente, los votos de Junts. Y Puigdemont, con la llave en la mano, ha reavivado, ha sabido aprovechar el momento y se lo hará padecer. Han bastado tres palabras, dichas en una conferencia en un hotel de Bruselas, para tambalear la España de las cavernas. Amnistía, referéndum y unilateral. En sus oídos, a qué peor. Una no la soportan, la otra les hace urticaria y la posibilidad de volver a hacer sonar la independencia los enciende, los coloca y los deja en ese estado del “a por ellos”, donde pareció estar a gusto. La democracia ha querido que el propio Puigdemont que ganó las elecciones europeas en Catalunya con un millón de votos, al que encarcelaron en Alemania, al que detuvieron en Cerdeña, pero que siempre salió adelante sin que Pablo Llarena le pudiera poner el lacito, ahora sea el dueño de la gobernabilidad. Querían su cabeza como un trofeo de caza y resulta que es él quien tiene, en sus manos, el futuro inmediato de España.
2. Un expresidente. José María Aznar. Le irrita tanto la posibilidad de una amnistía para los independentistas, a los que tacha de golpistas, que ha montado una gran manifestación de protesta. Será el próximo domingo, en Madrid, y a Núñez Feijóo –a las puertas de una investidura fallida– le estorba. Recordemos que Aznar, el puro, hizo que su gobierno negociara secretamente con ETA. Primero en Burgos, después en Ginebra. Javier Zarzalejos, el secretario de estado que en una de las reuniones explicó que actuaba en nombre del presidente del gobierno, llegó a decir: “En España puede ser más fácil asumir la independencia de Euskal Herria que la amnistía”. Corría 1999. Ha cambiado el siglo y la situación, pero el marco mental es el mismo.
3. Un expresidente. Felipe González. Durante catorce años, y gracias al PSOE, lideró al gobierno de España. Desde que dejó la Moncloa, hace ya cerca de treinta años, parece estar en el partido equivocado. Hace tiempo que ni él reconoce a los suyos como propios. Y no se calla ni una. A Pedro Sánchez le ha obstaculizado todas las etapas de su carrera y, ahora, González es uno de los primeros agraviados para que se negocie una amnistía. Dice que "las amnistías no son tolerables en una democracia". Mucho menos lo sería el terrorismo de estado. Aunque él nunca fue procesado, la cúpula de su ministerio del Interior pagaron la pena como responsables de los GAL. En cuatro años, los Grupos Antiterroristas de Liberación mataron a 23 personas.
4. Una excancillera. Angela Merkel. Estuvo dieciséis años en el cargo. Quizás se pasó tanto tiempo porque, siendo la líder de un partido de derechas, supo mantener un cortafuegos absoluto con la extrema derecha, que en Alemania no es un tema para bromear. Merkel, que durante quince años fue la mujer más influyente del mundo según la revista Forbes, lo dejó en diciembre de 2021. En dos años, nadie le ha oído la voz. Ni manda, ni quiere hacerlo. No quiere influir, no quiere acondicionar. No es el abejorro que tanto molesta. Y mira que tengo la sensación de que, con su ruso perfecto, y por su relación con Putin, quizás hubiera sido la única persona capaz de rebajar la locura rusa en Ucrania.