Pujol y 'Pujól'

Jordi Pujol, durante la conferencia a la UPF / Jordi Pizarro
02/03/2025
Periodista y escritor
3 min

Se les hincharon los pimientos escalivados. Asaltan a un banco. En 1994 una crisis afeita a Venezuela: alopecia de bolsillo socializado. Unos ciudadanos pelados entran en la sede. En un despacho junto al fin del mundo hay… un catalán trabajando.

Es pequeño comido por la silla, de gafas empegadas de responsabilidad, de bigote económico. El gerente, el capataz existencial, el del medio que recibe hostias de arriba y abajo. Él trabaja mientras todo se hunde. Choque de civilizaciones. Le piden cómo se dice: "¡Pujol!" Lo corrigen: "¡Pujól!Sonoro y sordo. La fonética es una guerra, una lucha, una identidad. running gag, este chiste recurrente, repetitivo, reincidiendo se hace decenas de golpes en la película venezolana 100 años de perdón (1998). Decir, disparar, defender que eres Pujol, no Pujol. Es lo único que le queda, cuando no queda nada, a ese hijo de la emigración catalana en Venezuela. La verdad está en la ficción. Y sólo se puede (sobre)vivir aquí.

Jordi Pujol en Desde las colinas al otro lado del río hace ver el diálogo repetido del político francés Georges Clemenceau: "Os me decís que Sudamérica es el país del futuro. Lo malo es que siempre es el país del futuro". Como Cataluña: siempre es el futuro. El futuro que no llega. El futuro siempre ha preocupado a Pujol. Escribe el libro en prisión a principios del sesenta. Sabe que, desde 1936-1939, Cataluña se debate entre la ficción y la realidad. Que muy bien el esfuerzo, el trabajo, la esperanza, pero esto debe manufacturarse en realidad. El futuro no puede ser "una especie de opio", palomitas virtuales.

Pujol ha sido el Woody Allen de la política: actor, director, guionista, productor. Stanley Kubrick: ha tocado todos los géneros. Él es de los pocos políticos que han escrito. Él es un escrito. En 2016 escribe cuando vuelve a ver la película de Josep Maria Forn, La piel cremada (1967). Historia de ficción real de la inmigración de los 50-60. Negue y esperanza. Pujol escribe recordando que Catalunya pasa de 2 millones en 1900 a 6,3 en 2000 ya 7,4 en 2016. Y se pregunta: ¿qué se decía en el Parlament de Catalunya de los años 30 sobre la inmigración? Contesta: "Un poco de todo. En parte deformado por las tensiones y el radicalismo sociales de la época. Pero con los planteamientos también positivos como, por ejemplo, el de [Joan] Comorera y [Pau] Romeva. En Comorera, entonces socialista y en el año 1936 fundador y secretario general del PSòC. No del todo coincidentes, naturalmente, pero ambos de signo integrador. Porque, pese a las diferencias ideológicas, ambos eran nacionalistas y su proyecto de país comportaba una carga social importante y un propósito integrador”.

Hoy ni Comorera (no se pierdan el último libro de Antoni Batista, La verdad del caso Comorera), ni Romeva. Un país sin nacionalistas no tiene futuro. Y el nacionalismo es la integración real de todos. Y todos queremos ser reales no ficción. El actor que hacía de Pujol en 100 años de perdón era, también, catalán en la realidad. Armando Gota, nacido en Barcelona en 1940 y fallecido en Venezuela en 2019. Fue un emigrante. Y un actor mítico latinoamericano. Hablaba siempre un catalán rebelde, anímico, real que saca de dentro: "Pujol!" En la muerte es donde está la verdad. Cuando se marchó, su exmujer, la mítica escritora venezolana de telenovelas Mariela Romero, escribió: "Adeu, cariño". Una despedida nacionalista. Un adiós real.

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