Pedro Sánchez se queda pero no sabemos si será capaz de recuperar la iniciativa política. Tener en suspensión la presidencia del gobierno durante cinco días requiere algo más que una comparecencia que ha rozado la autosatisfacción. Sánchez se queda con el apoyo renovado de su partido y de la mayoría de los socios de investidura, pero dejando sabor de performance, de frivolidad. Si Sánchez pretende que esta crisis sea un "punto y aparte" que acabe con la creciente degradación de la vida política española, tendrá que presentar una batería de iniciativas valientes capaces de impulsar esa regeneración. De momento el presidente del gobierno ha obtenido un apoyo social transversal, y deja a los socialistas presos del vértigo y conscientes de que el PSOE hoy está hecho a su imagen y semejanza. La crisis que habría abierto su dimisión habría sido de gran magnitud. Sánchez ha llegado a la conclusión de que "vale la pena" el desgaste personal, y más vale que sea así, porque no puede esperar la comprensión de la derecha ni de la extrema derecha, que lo han dado por descontado y obtienen rédito del juego sucio. La comparecencia de hoy, sin preguntas de la prensa, acaba con los puntos suspensivos, pero está muy lejos de un punto y aparte que dignifique la forma de hacer política en el tiempo del populismo. El recurso a las emociones es un atajo peligroso en política que debe llenar de contenido si quiere recuperar seriedad y credibilidad.