Puritanos en la mesa del Parlament

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Que en el Parlament no se puede hablar de todo ya lo sabíamos. Solo que dábamos por hecho que poner bozales para hacer enmudecer a los diputados era solo una afición del Tribunal Constitucional. Ahora acabamos de descubrir, sin embargo, que en la mesa de la cámara también se comparte la pulsión prohibicionista y el gusto por actuar en la manera inquisitorial.

La mesa del Parlament ha vetado dos preguntas del PSC porque considera que son transfóbicas y resultan ofensivas para las personas del colectivo transgénero. La primera de las cuestiones hacía referencia a un capítulo del programa X, la sèrie, en el que las Tres Gemelas hablaban de sexualidad sin establecer relación entre los órganos sexuales y el sexo de las personas. La formulación de la pregunta era esta: ¿cuál es la base científica para presentar la sexualidad humana disociando los órganos sexuales del sexo de las personas? La otra cuestión censurada interpelaba al ejecutivo sobre si se habían analizado las consecuencias para las internas de los centros penitenciarios del traslado de personas transgénero a las prisiones de mujeres.

Las buenas intenciones de los miembros de la mesa que han vetado estas preguntas son las mismas que gastaron en su día gente tan insigne y amante del pensamiento libre como Girolamo Savonarola, que en el siglo XV invitó a los florentinos a quemar todos los libros que él consideraba licenciosos, o el gerundense Nicolau Eimeric, que en el siglo XIV se sacó del sombrero el Manual del Inquisidor, una fabulosa cerilla para encender las hogueras donde acabarían quemando toda clase de disidentes de las opiniones sancionadas por la Iglesia.

La intransigencia se viste a veces en el armario de la tolerancia. Hace tiempo que en el debate público lo que afecta el colectivo transgénero –y, por lo tanto, a toda la sociedad, en cuanto que se exige que se modifiquen las normas de convivencia– se confunde el imprescindible respeto por estas personas con la exigencia de unanimidad con planteamientos que pueden no compartirse o la obligación de tener que comulgar con verdades que se nos quiere hacer pasar por científicas cuando solo son diferentes barnices de la ideología de género.

Ni cuestionar ciertas afirmaciones ni menos aún hacer preguntas en el Parlament como las que han sido vetadas es ofender al colectivo transgénero. Siempre que entendamos que el imprescindible respeto por las minorías, exigible siempre pero con más motivo cuando han sido y son todavía objeto de ensañamiento por parte de porcentajes nada despreciables de la sociedad, no equivale a darles acríticamente la razón en todo ni ceder sin debate a sus pretensiones.

La mesa del Parlament ha interpretado las preguntas que los socialistas querían plantear al Govern como si se tratara de una adaptación de la popular manera valenciana de insultar: "¿Preguntar es ofender? ¡Usted es puta?" Nos han demostrado actuando así que la suya es una piel tan fina como la del puritanismo más tronado. Quien prohíbe preguntas niega la base del parlamentarismo. Y eso sí que es un insulto. Muy grande, por cierto.

Josep Martí Blanch es periodista

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