Hace unos veinte años le advertía al director de un periódico barcelonés de una situación anómala a la que se había llegado. En la España que habían ido rediseñando a partir de los años ochenta, Barcelona y Catalunya habían quedado encerradas en una relativa autosuficiencia pero la defensa de sus intereses estaba reducida exclusivamente a la capacidad de negociación de CiU.
A la Catalunya que exportaba no solo mercancías sino también ideas y cultura dentro del estado la habían desaparecido tras la “movida madrileña”, más allá de un proceso acomodaticio que también se dio en su interior, y no tenía voz alguna en los debates que se orquestaban y dirigían desde Madrid. Eso era una situación pésima para Catalunya, pero tampoco era buena para la población que vivía bajo este estado y que sus intereses no coincidían con los de Madrid.
Veinte años es bastante tiempo y en estos veinte años han ocurrido muchas cosas. Hoy Madrid es España y España es Madrid, un proceso de concentración de poder político, económico, mediático absoluto que ha creado un modelo, este Reino de España, que solo es viable por la coacción sobre la disidencia y dependiendo del dinero de la Unión Europea. Pero también Catalunya es otra, el cerrilismo del Tribunal Constitucional allí en la corte la hizo despertar y salir de la reducción infantilizadora, se ha hecho adulta en la última década y ha sufrido las consecuencias de pretender ejercer su albedrío bajo un poder despótico. Está viviendo bajo esas consecuencias. Su experiencia de luchar por la libertad ha dejado una sociedad con heridas y cicatrices. No se podrá avanzar de ningún modo negando esa parte de la realidad.
Pero creo que hoy, igual que hace décadas, Catalunya necesita tener instrumentos culturales e ideológicos que intervengan con naturalidad y de frente en la vida pública española. Tanto da que la sociedad catalana plantee legítimamente su independencia como la vía para defender sus intereses como que defiendan la concurrencia en un espacio español de un modo u otro. Necesitan instrumentos de intervención en España más allá de la representación política obtenida a través de las elecciones.
La política se hace con los medios de comunicación, con los intelectuales, con las artes...Y se hace política en el interior de un país y se hace también política exterior.
En estos años en que la ciudadanía catalana se movilizó ejemplarmente para ejercer sus libertades, sufrió precisamente el encerramiento en que la tenían los medios de comunicación españoles, madrileños. La “información” y mensajes que recibió el conjunto de la población española fue una campaña orquestada desde la corte, que se identifica totalmente con el estado mismo, ante la que se vio indefensa.
Encerraron a Catalunya dentro de una burbuja mediática hermética. Cosa que veíamos con angustia quienes sabíamos buscar información a través de Internet, el único medio para saltar el muro de mentiras que existía previamente y que fue puesto a funcionar a toda máquina.
La sociedad catalana en la situación actual y en la futura, independiente de quien gobierne o de sus planes, necesita poder exportar sus creaciones empresariales y humanas, sean máquinas o sean ideas, poemas, películas o canciones. Catalunya lo necesita y muchas otras personas también.