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Una familia con regalos.

Según el diccionario etimológico, el verbo regalar proviene del latín recalare, que significa hacer bajar. Esto ligaría también con la palabra griega khaláo, que significa soltar. Si nos fijamos en estos dos orígenes, sería más fácil pensar que estamos hablando de nuestro actual verbo chorrear (uno de tantísimos verbos que cada vez utilizamos menos): chorrear es soltar una cosa, un líquido que forma filetes o chorreos. En realidad, nuestra lengua nos permite decirlo de muchas formas: gotear, gotear, repixar, suquear, saliquear. O regalar, efectivamente.

Pero los diccionarios nos ofrecen también otro posible origen por el verbo regalar (el más conjugado estos días): vendría del francés régaler, que significa hacer fiesta a alguien, es decir, obsequiar a alguien con motivo de una celebración. Y como la etimología no es una ciencia exacta, también podría ser que regalar viniera de la palabra francesa formada por re (que da un valor intensivo a una palabra) y galo (relativo al pueblo francés). Y aún otra: re unido al verbo galero, que significa divertir, hacer fiesta (de ahí vendría la palabra gala (que tanto en catalán como en castellano utilizamos como sinónimo de fiesta o ceremonia de carácter elegante).

Por último, hay algunas versiones que apuntan al origen latino regalos, que quiere decir algo propio del rey o de la realeza (diríamos que es propio de los Reyes Magos hacer regalos y de otro tipo de reyes, recibirlos).

La etimología es un juego que me podría tener entretenida horas, estirando los hilos de las palabras y descubriendo sus significados ocultos.

Todo ello porque quiero hablaros del regalar. Cuando se avecina Navidad siempre hay voces que, con toda la razón del mundo, critican el espíritu consumista de estas fiestas. Es algo innegable, como también lo es que es quizás el único momento del año que el consumo tiene un matiz de generosidad. Compramos para regalar a las personas que amamos, es decir, para celebrar la amistad y el amor, para hacer evidente a través de un obsequio que valoramos su compañía.

Pero para ello no es necesario comprar. Podemos hacer un regalo con nuestras manos, o escribir un poema, o una canción, o recuperar una vieja fotografía, o enmarcar aquella del verano pasado donde estamos juntos y parecemos felices.

Este año he oído que hay grupos que, para el tradicional amigo invisible, como no quieren comprar, regalan algún objeto que sea importante para ellos pero que desean que ahora tenga otra persona. Es bonito.

También he oído que hay quien hace al enemigo invisible, y se intercambia las cosas más horribles (los llamados pongo) que tienen en casa. Se hace para reír un rato y también parece divertido.

A mí me gusta mucho hacer regalos (y sé que hay gente que no puede soportarlo, que se angustia sólo con pensarlo). A mí me gusta pensar qué puedo regalar —a ser posible, algo que no sea útil, que la persona obsequiada no se compraría— y me gusta envolver el regalo y mirar la cara que hace quien lo abre.

El más importante es esto: observar si hemos acertado, si la persona a la que acabamos de ofrecer el obsequio chorrea alegría. A todos los que me lea durante todo el año os regalo este artículo para desearles Feliz Navidad y agradecerles la compañía.

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