El reino del esperpento

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El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, ayer.

1. García-Castellón. Ni hecho a propósito. El último episodio de la historia de la represión de la revuelta independentista es de comedia de Berlanga. En un momento en el que parecía que la resistencia de una parte del poder judicial dejaba patas arriba la vía de la amnistía escogida por el presidente Sánchez para pacificar el post-Procés, un juez, García-Castellón, erigido por voluntad propia, con gestos y palabras, como ariete judicial contra el independentismo, envía el procedimiento sobre Tsunami Democràtic que acusaba a Puigdemont, Rovira y Wagensberg de terrorismo al rincón del olvido: el archivo definitivo de la causa. Un error de procedimiento de libro: llevar una investigación más allá de los plazos autorizados ha puesto punto y final a este episodio, justo a punto de que el juez impenetrable coja el camino de la jubilación.

No es una simple anécdota. Es un hecho revelador de lo que ocurre cuando la actuación judicial se politiza por dejadez de funciones del poder ejecutivo, que es a quien corresponde lidiar en los conflictos políticos. Quedará para la historia –y cada vez será más evidente– la irresponsable negligencia del presidente Rajoy transfiriendo a la justicia –con la complicidad de determinados sectores del poder judicial– un conflicto que debía haberse resuelto en el ámbito político. Y ahora estamos ante una paradoja más de la historia del Procés catalán. En un momento en el que la derecha política, obsesionada con bloquear los intentos pacificadores del gobierno español, apostaba contra la amnistía, ese error de García-Castellón deja a Puigdemont a las puertas de la amnistía de hecho, es decir, de poder volver sin riesgo. Aún quedan muchas rendijas abiertas y muchos sectores, tanto del poder político como del judicial, resistentes a la amnistía. Pero García-Castellón –icono de la intransigencia contra el independentismo– ha dejado un hueco por el que se puede acabar escurriendo buena parte de la revancha. Este episodio debería servir para que se imponga el sentido común: permitir que la amnistía pase página al ciclo del Procés. De hecho, el independentismo cada vez lo tiene más asumido, ¿a qué esperan los demás? La revancha siempre deshonora.

2. Núñez Feijóo. Ante la amenaza de la extrema derecha, el presidente francés y la mayoría de los suyos, algunos con la boca pequeña, se han sumado al desistimiento en favor del mejor candidato democrático. Y ha salido bien. Parecía que el gobierno estaba al alcance de Reagrupamiento Nacional y Le Pen y Bardella se han quedado con la boca abierta. Al parecer, Alberto Núñez Feijóo también. “El centro político debe unirse para evitar que los extremistas dirijan el futuro”, escribió en su cuenta de X el domingo por la noche. ¿Y por qué no empieza predicando él con el ejemplo? ¿O es que no sabe que su partido comparte poder autonómico con Vox, a quien hace constantes concesiones contra las políticas de género, contra la inmigración, contra la diversidad lingüística, contra la memoria histórica, y un largo etcétera?

Es realmente extraordinario que el líder de un partido que es socio de Vox apele a Macron a combatir los extremos. Tiene gracia exigir a los demás lo que uno no hace. Pero es necesario agradecer la osadía para que todo el mundo sea consciente de que se trata con una persona que puede decir una cosa y hacer la contraria. En Francia ha habido una movilización para que la extrema derecha no tomara el poder, y se ha ganado. En España, Feijóo gobierna con Vox y nunca ha hecho nada para distanciarse de ellos. Es más, si ha hecho algo ha sido endurecer su discurso para que nadie se le escape hacia el territorio vecino. La memoria es corta y la gente olvida con facilidad, pero lo que hoy está claro es que si el PP vuelve al poder a corto plazo será con Vox. No me lo imagino convocando a los demás a un frente centrista contra los extremos. Entre otras cosas, sería necesario que nos precisara quiénes son para él los extremos.

La realidad es compleja y Francia se ha encontrado con un resultado inesperado que debe atribuirse mucho más a la ciudadanía –que ha votado como nunca consciente de una situación de alta tensión– que a los partidos. Y ciertamente en la derecha, empezando por el propio Macron, ha habido muchas vacilaciones –y algunas fugas– a la hora de pasar del ni-ni al desistimiento general. Pero que Feijóo venga a dar lecciones yendo de la mano con Vox da risa. Por sus hechos los conoceréis.

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