1. Furia.Todos los días se hace más fatigosa la rutina política. ¿Dónde están las ideas y dónde están las propuestas? ¿No tienen? Repasamos a los medios de comunicación españoles de un día cualquiera: los relatos de corrupción se acumulan en las portadas, a menudo construidos sobre especulaciones ya la espera de que se concreten las pruebas. Naturalmente, adquieren grosores distintos en función de la posición de cada medio. En los periódicos –papel y digitales– del entorno de la derecha, amplia mayoría en la prensa madrileña, las portadas son una serie de denuncias contra Sánchez y compañía, a menudo de procedencia confusa, en la que a veces cuesta distinguir entre acusado y acusador, que infectan al aparato del Estado. Los medios conservadores juegan un impropio papel de fiscales siempre que es la izquierda la señalada. Y construyen inacabables historias en la caza de datos incriminatorios, a menudo aportados por gente susceptible de toda sospecha, para mantener viva la alarma por más que los hechos no acaben de concretarse. Personajes entrampados en cuestiones judiciales, susceptibles de sospecha, obtienen así protagonismo pasando de señalados a acusadores. Y no faltan las precipitaciones judiciales que generan dudas sobre el papel de la justicia.
Lo más grave es que esta lógica mediática se traduce en la escena política. Donde lo que debería ser un debate riguroso de acusaciones fundadas y acreditadas se convierte en un discurso monográfico de la oposición liderada por un frustrado Feijóo que, incapaz de plantear una real alternativa política al gobierno socialista, da la vuelta a cualquier tema para convertirlo siempre en una serie de descalificaciones al presidente del gobierno. En cambio, ni siquiera es capaz de reaccionar con autoridad cuando se produce un evento que interpela directamente a su partido, como ha sido el caso de la DANA, en la Comunidad Valenciana, donde gobierna el PP.
Es triste ver una escena política en la que en los proyectos y las ideas están ausentes y la oposición sólo busca el ruido y la rabia. Naturalmente, debe poner sobre la mesa los indicios de corrupción, con información y pruebas. Es una de sus responsabilidades. Pero hacer de la denuncia el único discurso, porque el único objetivo es tumbar lo que manda, degrada la democracia, quita legitimidad a la misma oposición, y en el fondo banaliza la corrupción, que es la mejor forma de no combatirla .
2. Malestar. Estamos en un momento crucial en el que los efectos de la aceleración tecnológica se hacen patentes, y el futuro de la democracia y de las libertades no está claro. Más que nunca es necesario hacer política. En Europa, como en Estados Unidos, ha estallado el malestar de las clases populares. Como dice el antropólogo americano Peter Turchin, el enriquecimiento de los más ricos, el empobrecimiento de las clases populares y la aparición de una élite dispuesta a suplantar el poder han creado el caos que ha llevado a la victoria de Trump. Y estos problemas se han trasladado ya a los países europeos. No vale el ejercicio de impotencia –o de complicidad– que hacen algunos convirtiendo la corrupción en la principal mancha negra del país. Hay mucho que hacer para afrontar los retos de los años que vienen y no podemos quedarnos en un simulacro de democracia fundada sobre la pelea sin límites entre unos y otros. El gobierno debe dar explicaciones siempre que sea necesario, la oposición debe pedir, pero no es suficiente: la crítica debe ser también política y aportar propuestas y pactos cuando sea necesario. Un parlamento no puede ser un espectáculo a ver quién la dice mayor. Y la justicia debe estar también a la altura de la situación y cortar aquellos escapes que hacen ruido sin aportar nada. La derecha siempre ha creído que el poder le pertenece y cuando no lo tiene no lo soporta. Y, sin embargo, si se quiere, desde fuera hay mucho trabajo por hacer.
3. Calma. Es interesante ver, en contraste, cómo en Catalunya después del ruido ha venido la calma. Ahora mismo, sin renunciar a nadie a nada, todo el mundo ha entendido algo elemental: que cuando se llega más allá de las propias fuerzas, viene un tiempo de resaca. Que ahora le han capitalizado los socialistas, lo que les permite gobernar desde la discreción, abriendo un tiempo de reflexión y reconstrucción, sin ruido ni excesos, que interpela a todos. Esquerra Republicana tiene un congreso que puede ser determinante, Junts debe reconstruirse sobre las bases sociales heredadas de Convergència, y los Comunes deben afrontar el destino clásico de las izquierdas: la dificultad para mantenerse una vez se ha llegado capitalizando un momento de excepción. Tras el alboroto de los últimos años, el ruido se ha trasladado a España, y Catalunya se ha tomado un tiempo de reflexión.