Respiro con los cereales y el gas, suspiro con Italia

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Un yacimiento de gas natural en Rusia

La actualidad europea e internacional ha tenido una semana con dos noticias que suponen un respiro y una noticia que ha provocado un suspiro de angustia. Las dos primeras son el acuerdo para desbloquear la comercialización de los cereales ucranianos –un acuerdo entre Moscú y Kiev, con mediación de la ONU y Turquía, que habrá que ver cómo se aplica: no será fácil– y la reanudación del suministro parcial de gas ruso en Europa a través del Nord Stream 1; también en este caso no hay que hacerse muchas ilusiones porque Putin, si le conviene, puede volver a cerrar el grifo en cualquier momento.

La segunda noticia, la del suspiro de preocupación, es la dimisión de Mario Draghi al frente del gobierno italiano y la convocatoria de elecciones en este país, con la ultraderecha muy bien situada para ganarlas en septiembre. A pesar de las dudas, los respiros son realmente relevantes y, cuando menos de entrada, pueden contribuir a hacer bajar la inestabilidad económica y social a nivel global. Disponer o no en el mercado internacional de los cereales ucranianos (Ucrania es su gran productor mundial) marca la diferencia entre dejar a muchos países –especialmente al continente africano– una gran hambruna o salvarlos. Y, en cuanto al gas, la entrada de nuevo de este flujo energético ruso, aunque sea a un 40% de la capacidad del gasoducto, supone un alivio importante para países europeos muy dependientes de esta fuente, como por ejemplo Alemania, y, por lo tanto, rebaja mucho la tensión política y las turbulencias económicas que estamos sufriendo por la guerra. Hay que tener presente, en este sentido, que la Unión Europea ya está planificando medidas de ahorro para el invierno que están creando tensión entre los países miembros, con España como uno de los que se sienten más perjudicados.

La cuestión italiana, en cambio, es la otra cara de la moneda. Mario Draghi, un primer ministro de unidad partidista y con un amplio crédito en Europa –salvó el euro cuando presidió el Banco Central Europeo (BCE)–, en un año y medio había conseguido resituar el país transalpino en la senda y la disciplina europea, iniciando una salida ordenada de la crisis pandémica y alineándose, e incluso liderando, la respuesta de la UE contra Vladímir Putin por la guerra de Ucrania. Con su caída, todo esto vuelve a tambalear, sobre todo por la perspectiva de que el gran beneficiado electoral sean los Hermanos de Italia, el partido de la ultraderechista y euroescéptica Georgia Meloni. Por supuesto, no es ninguna casualidad que Italia sea el país europeo donde hay más simpatía por Rusia entre la población. Naturalmente, el Kremlin ve aquí una oportunidad para debilitar el bloque europeo. Por poco que pueda, activará su estrategia del divide y vencerás. Además, en esta ecuación hay que añadir que la situación económica italiana, tercera economía de la eurozona, con una deuda del 153% del PIB (el de Francia y España, que ya son elevados, están en la raya del 100%) y una inflación del 8,5%, no resulta nada tranquilizadora. Un gobierno populista de derechas puede hacer tambalear, pues, la unidad europea ante Putin y arrastrar la economía de la UE hacia más fragilidad e inestabilidad.

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