¿Restitución?

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Carles Puigdemont tras la rueda de prensa en Mairie de Elne, Francia.

El presidente Puigdemont se presentará en las elecciones del 12 de mayo. Combinado con la amnistía, es un bienvenido signo de normalización de la vida política. La amnistía debería permitirnos ahora fijar la mirada en el futuro. Unos llamarán pasar página, otros harán constar que la página puede cambiar pero que el libro permanece.

En el discurso de Elna el presidente Puigdemont ha preferido, sin embargo, conectar con el pasado y ha planteado su candidatura como una "restitución de una presidencia injusta, ilegal e ilícitamente destituida por el 155". Y esto nos obliga a reexaminar este pasado, especialmente en octubre de 2017.

El mes se inició con un primero de octubre glorioso. Un ejercicio democrático pacífico, masivo y ejemplar que a causa de una represión brutal y primaria dio la vuelta al mundo. Y termina con un 27 de octubre en el que el Parlament de Catalunya proclama la independencia de Catalunya, un desatino que en un instante nos hizo perder el crédito internacional que el primero de octubre nos había ganado. Lo peor es que los dirigentes políticos que lo propiciaron sabían que se trataría de un acto fallido y nada heroico. Pero unos por otros se fueron espoleando y lo hicieron. Que si treinta monedas, que si no nos dan garantías de que no habrá 155 si no lo hacemos, etc. En la historia quedará que en 155 fue una consecuencia de la proclamación de independencia. Quizás sí hubiéramos tenido 155 sin declaración. Pero nunca lo sabremos a ciencia cierta porque no tuvimos la sangre fría de no hacer el gesto que proveyó la cobertura perfecta para el 155. No hay nadie en el mundo que piense que, tras una declaración unilateral de independencia, un 155 –con convocatoria de elecciones a los dos meses– fuese un acto “injusto, ilegal e ilícito”. Era lo mínimo que cabía esperar y que nuestros dirigentes sin duda esperaban (otra cosa es la represión penal que siguió). El presidente Torra podría considerar injustificada su destitución por poner una pancarta, pero el presidente Puigdemont no puede ser tan cándido. Que te destituyan es lo normal que te puede ocurrir si proclamas la independencia sin posibilidad alguna de implementarla o de recibir ningún apoyo internacional.

Por tanto, cuando se expresa la voluntad de restituir hay que preguntarse: ¿restituir qué? ¿A qué momento es necesario retroceder? ¿En el 27, después de la proclamación o –reconociendo implícitamente que el 27 fue un error– a mediados de octubre? ¿O quizás a principios de septiembre, antes de las leyes de desconexión?

El presidente Puigdemont es lo suficientemente inteligente como para entender que el pasado no se puede revivir, y que no es conveniente hacerlo si fue como fue. De momento, lo que tenemos son unas elecciones y lo que ahora le corresponde es confeccionar una lista de candidatos y diseñar un programa para el partido que medio ignora, pero en el que, debido a su carisma ya la esperanza de los cuadros de ser llevados a un triunfo memorable, goza de un gran predicamento. En cuanto a las listas confieso curiosidad por ver si su composición será representativa de las sensibilidades que se reúnen en Junts –el único partido que incorpora la tradición catalanista de centroderecha– o si, como en la del Congreso, la fidelidad a la persona será la consideración principal.

En cuanto al programa, ya está claro que se basará en la retórica de la restitución. Es decir, será un programa que, aunque abierto a pactos puntuales, será de confrontación, lo que no es bueno. Una preocupación adicional es que la competencia Junts-ERC pueda conducir, de nuevo, a que la estrategia sea un subproducto de las posiciones que la lucha táctica impone, que ERC se aparte de la moderación y que las incidencias y rivalidades catalanas repercutan en la política española en direcciones que aumenten la inestabilidad, algo que tampoco nos conviene.

El presidente Puigdemont también nos ha dicho que si no puede formar gobierno no volverá. Culminada la amnistía –un proceso que estará lleno de incidencias– y si Junts no está en el gobierno, como creo que será el caso, el mejor sitio para Puigdemont sería como jefe de la oposición o como eurodiputado. La tercera posibilidad, ninguno del partido, le sienta demasiado. Ahora bien, no podemos descartar que su pensamiento sea que hacer política sólo tiene sentido para propiciar la independencia de Catalunya a corto plazo. Si es así, Junts no podrá contar con él y deberá buscarse otro liderazgo más inclinado a ocuparse del mientras tanto.

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