Campamento de los reyes magos en Salt, Girona, el 4 de enero de 2025
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Hace cuatro días y medio a una persona con la que tengo vínculos sanguinarios, y eso no quiere decir que ejerzamos de Dráculas autónomos o hagamos los cuchillos para actividades de carnicería ambulante, le ocurrió algo que podría explicar por qué nos mechamos y excretamos, encima y debajo, el catalán, los catalanohablantes y los que no lo son, ni quieren serlo. Ya saben: es Navidad, y no hay Navidades sin conflicto. ¡Jesús! Perdón, no quería ofender, ¡es un estornudo!

Así nació el pollo en una mesa catalana navideña bélica. Dos de las niñas de la familia de la diáspora jugaban a cantar lo que soñaban con que llegara el 6 de enero. Una decía: "Yo he pedido a los Rejos tal y tal otro...". La otra le clavó el típico cuchillo tribal: "No se llaman Rejos, se llaman Reyes". Y la ametralladora de sangre no paró. Así estalló la tradicional, inevitable, necesaria y sanadora Guerra Civil entre occidentales y orientales por nuestra monarquía querida. ¡Bum!

Hubo luz, fuego y destrucción atómica. Se cebaron padres, tíos, primos, algún animal medio ebrio y muebles en estado de descomposición. Que así no se habla, bueno, que si esto es incorrecto, que si la cría acabará rúcula, que si sois de pueblo, que si sois de Marte, que si no sois nada, que si mira la granada de mano que tengo, que si tú en 1989 me dijiste lo mismo, y tú me jodiste a la novia en el verano del 2003, eso otro tu padre, en paz no descanse, y ahora reventara a la tumba con los turrones de mierda que has comprado, te las diría bien frescas pero tengo un calor y foto el campo. Campo de minas. Y siempre muertos.

La pequeña niña noroccidental se retuerció como un caracol deprimido en un saco de dormir callejón sin salida: repitiendo que los Rejos son menos y los Reyes son más. Y se fue recuperando con jeringuillas de autoestima y un barquillo imperfecto. Y quien día pasa año no empuja. Porque el año que viene la niña ya no dirá Reixos. Y en 10 años ya cambiará el acento, las palabras, las frases, y mudará el carácter, la mirada, la consideración, el respeto y la vida. Y la lengua. Porque si dices Reixos eres menos. Como si dices pájaros, popas, zarza o zaragata o lo que haga falta. Y terminas al final del trayecto que hablar catalán es menos. Todo es menos y así somos menos.

Por eso dicen los números de principios de 2025 que sólo seis de cada diez profesores de lengua y literatura catalanas son filólogos. Los demás son historiadores, ingenieros, contorsionistas o págame algo y enseño lo que haga falta y me la suda el catalán. Y más cifras y datos: sólo un 37% de las clases de másteres universitarios en Cataluña están en catalán. Porque todos sabemos que el catalán es la lengua impropia de Cataluña, ya sea para estudiar, pedir un café o perforarse la nariz públicamente con una broca del 12.

Pero yo también tengo una estadística en la entrepierna y en la neurona . Si hablamos catalán, todavía, es por los que han dicho Reixos toda la vida. Para los que carecen de carreras, másteres o títulos hechos de etiquetas de licor. Para los que no han tenido más y sólo han tenido la lengua. Hablamos catalán porque nosotros sí creemos en los Rejos de la lengua y el país. Los de verdad. Somos los hijos envueltos por un aire helado de patria antigua. Somos los de la boca abierta cuando sale "¡Llegan los Reixos!" y no cambiamos de lengua, ni de vida, porque esa cara, esa palabra, pasa de padres a hijos.

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