Escribir un artículo cada semana es una cruz que cargo con mucho gusto. Me gusta escribir para la contra del ARA y la respuesta que recibo de los lectores compensa sobradamente el sufrimiento que comporta no la escritura de la pieza, sino el hallazgo de un tema interesante o emocionante o divertido cada semana del año.

A principios de esta semana, caminaba ensimismada por las calles de la ciudad pensando en todo tipo de anécdotas buenas o malas, vividas o escuchadas, para ver de dónde estiraría el hilo para escribir el artículo que está leyendo.

Un "buenos días!" me volvió a conectar con la realidad. "¿Cómo va?" El amigo y colega Iu Forn me lo preguntaba a modo de saludo. Y me salió del alma: "Estoy buscando un artículo para esta semana. Lo tengo que hacer antes del puente. ¡Regálame alguna idea!"

No esperé más de cinco segundos y ya tenía una propuesta: "Dime que esto de esta semana no puede ser. Que no podemos tener una semana tan extraña, con dos días de fiesta, a las puertas de Navidad, sólo porque ni la Iglesia ni el Estado quieren ceder".

Le agradecí la sugerencia y, retomando la caminata, pensé que Iu tenía más razón que un santo. Este estrés que no me dejaba encontrar un tema para escribir es una consecuencia directa de esta chapuza. Una semana prácticamente inútil a nivel laboral que parte un mes como diciembre, que ya es corto en las fiestas de Navidad. Todo debe hacerse antes del puente o inmediatamente después.

Estamos a primeros de diciembre y ya hemos encargado los turrones, y me angustia no haber empezado a comprar regalos. Nos manejan deprisa, empezando por el caray de árbol-récord del Albiol y acabando con el Black Friday (pasando por el Cyber Monday y los amigos invisibles y las cenas de Navidad del trabajo y de cualquier grupo que no quiere terminar año sin haber hecho un encuentro de hermandad).

Las fiestas de la Purísima Constitución nos parten en diciembre e incrementan unos cuantos grados la aceleración que ya sufrimos normalmente, especialmente los que vivimos al ritmo de las grandes ciudades. Quiero que me entendáis: a mí me gustan los días de fiesta como a todo el mundo, y me encanta el ciclo navideño, pero quiero disfrutarlo con calma, sin presión.

¿Cuántos de los que me está leyendo ha tenido que alargar las jornadas de lunes y martes para poder marchar de puente hasta el domingo? ¿Cuántos trabajos ha habido que avanzar y dejar terminados porque, aunque usted trabaja, todo el mundo da por perdida esta semana-acueducto?

¿Tengo la sensación de que alguien nos va empujando para que la vida pase aún más deprisa: de las vacaciones de verano en la castañada/Halloween (con demasiado calor). Con los panellets a medio digerir, rodamos hasta el puente de diciembre (con toda la ciudad decorada de Navidad), y aún otro empujón hasta llegar a las fiestas exhaustos y atolondrados.

No vamos bien, que dirían nuestros abuelos. Me invade una extraña necesidad de desacelerar, bajar el ritmo, volver a la placidez de la infancia, cuando todo tardaba tanto en llegar y la espera nos hacía crecer dentro una ilusión que me cuesta recordar.

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