1. Un día de otoño de 2011, cuando la economía mundial se derrumbaba y en Catalunya todavía llovía, me llamó un hombre de aquellos que siempre están pensando en algo. Era un histórico fundador de Convergència, un hombre tan listo que nunca quiso hacer vida política y que dedicaba su jubilación a lo que había hecho durante los años de cotización laboral: trabajar por el país. Con abnegación, imaginación y persistencia. Me dijo que, más allá de la confianza que nos tuviéramos, debía sugerirme un posible tema para Ágora, el programa de TV3 que yo tenía la suerte de dirigir en esos momentos. Nos citamos cerca de la estación de Sant Cugat, en la trastienda de la Lionesa, donde Muriel quizás hacía los mejores croissants del Vallès. Allí comimos poco y charlamos mucho. El hombre me sacó un montón de papeles y me habló de algo importante que se estaba gestando y que sería decisivo para la revuelta pacífica hacia la independencia: la creación de la Assemblea Nacional Catalana. Pretendía que la televisión hiciera difusión pública. Al cabo de unos días, de acuerdo con Mònica Terribas y Rosa Marqueta, que eran –respectivamente– la directora y la jefa de informativos de TV3, le respondí que de momento no haríamos nada pero que, en todo caso , cuando fueran noticia les entrevistaríamos.
2. El sábado 10 de marzo de 2012, la Assemblea Nacional Catalana se constituyó en su gran acto en el Palau Sant Jordi. El lunes siguiente invitamos a Ágora dos miembros del secretariado permanente del ANC. Dado que no tenían un líder, ni querían tenerlo, vinieron dos personas que se expresaban muy bien: Pere Pugès y Carme Forcadell. Del interrogatorio salieron sin sudar demasiado. ¿Quién está detrás de la ANC? ¿Cómo se financia? ¿Son una bofetada a los partidos políticos? ¿Qué significa provocar actos de desobediencia civil? ¿Se saltarán la Constitución española? ¿Cómo se realiza una ruptura democrática con el Estado? Tenían respuestas para todo, un claro objetivo –que Catalunya fuera el próximo nuevo estado de Europa– e incluso un calendario bien trabado de toda su hoja de ruta. Forcadell, en su primera aparición televisiva larga, respondió finalmente a la gran pregunta de futuro: "¿Algún día pasará que la ANC se convierta en un partido político, que se presente a las elecciones?" La respuesta fue tajante: “No. Precisamente esto es lo que votó la Asamblea. Había una enmienda en ese sentido y fue rechazada prácticamente por unanimidad. Nunca será un partido”.
3. Han pasado doce años y ahora la Asamblea Nacional, bajo la presidencia de Dolors Feliu, valora si es necesario presentar, o no, una lista cívica a las elecciones al Parlamento de 2025. Todo el mundo, y también los movimientos sociales, tienen derecho a cambiar de parecer y convertir en papel mojado lo que se afirmaba con rotundidad en el momento fundacional. Y más cuando, por el camino, ha habido ilusión a raudales, manifestaciones nunca vistas en Europa, una base de datos –muy preciada– de dos millones de personas, una represión brutal, prisión y exilio, una gran decepción política y uno grado de división independentista que ha ido mucho más allá de los que vaticinó Aznar, el eterno azote silencioso. El paradigma de ese movimiento cívico tan aglutinador es ver cómo también se desmenuza por dentro, después de haber puesto un estado contra las cuerdas hasta el punto de que ha tenido que utilizar toda su maquinaria del juego sucio. Las dimisiones en cadena y la división interna en la ANC evidencian que, sin un horizonte claro, no puede haber ni hoja de ruta. Quedan, eso sí, las migajas bien intencionadas de quien día pasa año empuja. Cuando fragmentar aún más el espacio independentista se valora como una posibilidad, e impedir que Salvador Illa sea presidente es el objetivo a corto plazo, es que la revuelta pacífica ha embarrancado en rocas demasiado superficiales.