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Salir del subsuelo

La administración masiva de vacunas contra el covid es una oportunidad extraordinaria para salir del subsuelo en el que hemos tenido que vivir el último año. No será inmediata, la vacunación de toda la población, ni será inmediata la liberación mental después de meses de incertidumbre, enfermedad, restricciones de las libertades y empobrecimiento moral y político.

La pandemia de covid no se ha acabado y tendremos que hacer frente a una cuarta oleada cuando el agotamiento es muy evidente. Pero hoy, a pesar de la lentitud de las vacunas, podemos pensar que vamos hacia la salida y que esta primavera no nos habrá sido robada como la de hace un año.

La producción mundial de vacunas -no precisamente la producción española, que nos tendríamos que preguntar por qué no existe y todavía más por qué no nos extraña que no exista- permitirá empezar a poner nuevos objetivos vitales y políticos más allá de la supervivencia. Empieza algo parecido a una posguerra y habrá que poner energía, y sobre todo verdad, en un país que no se rebela contra el engaño ni contra el autoengaño, que es más amable que la cruda realidad pero mucho más inútil.

Angle Editorial acaba de publicar Apunts del subsol (Memorias del subsuelo), de Dostoievski, con un magnífico prólogo de Jordi Nopca. En sus páginas un funcionario fracasado, un hombre sin identidad, “el hombre introvertido y humillado que quiere ofender a los otros”, tiene un diálogo con una sociedad a la que pretende subvertir sin salirse de ella. Es él quien afirma: “Al hombre le gusta crear y abrirse caminos, esto es indiscutible. ¿Pero por qué la destrucción y el caos también le gustan con pasión?” Y en este punto estamos colectivamente, entre la necesidad de abrir caminos y la tentación de mirar hacia la capacidad destructiva del caos.

La política española se hinchó de autocomplacencia con “la ejemplaridad” de su transición democrática hasta el punto que engendró monstruos como los GAL, dio por solucionados los problemas históricos de reconocimiento de Catalunya y el País Vasco y, posteriormente, la economía del pelotazo urbanístico y de las privatizaciones de Aznar hizo creer al país que era rico cuando estaba borracho de especulación y avaricia, y endeudado hasta las cejas. Aznar se creía que se relacionaba con Bush de tú a tú mientras el país vivía entre los efluvios de patxuli y la institución monárquica contaba con la connivencia política y mediática para actuar de comisionista, confundiendo el deber y la responsabilidad con el país con la propiedad de una hacienda privada.

Reconstrucción

Hoy, 45 años después de la muerte de Franco, la entrada en la Unión Europea y la OTAN, el acceso de grandes capas de la población a la escuela, la universidad y el crecimiento económico han impulsado el país, pero políticamente se encuentra en el cruce entre trabajar y pactar para ser un país serio y competitivo o ser Grecia. Una Grecia sin la gracia griega, porque en España siempre hay la tentación de actuar con aquel aire heráldico de ridícula superioridad.

Europa impondrá decisiones económicas duras en los próximos meses para acceder a los fondos de reconstrucción Next Generation, que exigirán reformas del mercado de trabajo, las pensiones y la orientación energética. Lo que vendrá tiene que ver con las dificultades de gestión del gobierno del PSOE y Unidas Podemos, que poniendo a la ministra de Trabajo ha facilitado un cambio de liderazgo más pragmático, y ha dejado las plumas a Pablo Iglesias para que las despliegue en la batalla madrileña con Ayuso y Vox.

Verdad

Las elecciones madrileñas no son unas elecciones cualquiera y el duelo grandilocuente entre libertad y comunismo o entre fascismo y libertad, como dirían unos y otras, bloquea la toma de decisiones del PSOE, que podría ir en la dirección de reducir la tensión y volver a hacer política en Catalunya.

La falta de verdad no es una cuestión española sino también un mal en la Catalunya noqueada. Haciendo gala de la tradicional capacidad de desmenuzarse en milicias que gradúan la pureza de una catalanidad casi religiosa, los independentistas hacen desear la formación de gobierno y aceleran la distancia entre la sociedad y la política. Junts está dispuesto a hacer subir el precio del apoyo a Esquerra y a salvar la representatividad de su expresident. Mientras tanto, la realidad va imponiéndose incluso entre los más aleccionadores, que cuando llegan a la mesa del Parlament dejan de exigir inmolaciones absurdas para rendirse al pragmatismo, de lo contrario llamado “confrontación inteligente”. Cuanto más tarde en formarse gobierno más justificado estará el chasco y el alejamiento de la ciudadanía de sus representantes, y cuanto más descreídos, más bien abonado estará el terreno para la llegada de todo tipo de populismos.

Mientras tanto, esperemos que nos vayan vacunando para salir del subsuelo.

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