BarcelonaEn 1988, un escritor de origen indio pero establecido en Gran Bretaña que había saltado a la fama con la obra Hijos de la medianoche en 1981 publicó un libro titulado Los versos satánicos que quería ser precisamente una denuncia del fanatismo religioso. Aquel escritor era Salman Rushdie, que de un día para otro se convirtió en mundialmente famoso porque poco después el ayatolá Jomeini, líder supremo de Irán, lanzó una fatua ordenando su muerte por blasfemo. En una especie de profecía autocumplida, el libro de denuncia del fanatismo se convirtió en objetivo número uno del fanatismo y la intolerancia. Los televidentes de aquella época pudieron ver con estupefacción manifestaciones en todo el mundo islámico donde se pedía el asesinato de un escritor. Desde entonces, Rushdie ha tenido que vivir con protección policial y se ha convertido en un símbolo de la libertad de expresión y de pensamiento en contra de los que querrían hacernos volver a una época de oscuridad, ignorancia y servilismo.
Los 33 años pasados desde la fatua podían hacer pensar que Rushdie ya no corría peligro. Pero este viernes un hombre lo ha asaltado en un acto literario que se hacía en una población del estado de Nueva York y lo ha apuñalado varias veces en el cuello y en otras partes del cuerpo antes de ser reducido. Al cierre de esta edición, el escritor había sido estabilizado y trasladado a un hospital. Esperamos que se salve y no tenga secuelas graves, de forma que pueda continuar haciendo aquello que ha hecho toda la vida en nombre de la libertad creativa: escribir para hacer felices a sus lectores.
Aun así, aunque no consiga su objetivo final, el ataque resulta terrible en todos los aspectos. Aunque ayer no se habían hecho públicas las motivaciones del atacantes, un hombre de 24 años de Nueva Jersey llamado Hadi Matar, que en las redes sociales mostraba su simpatía por la guardia republicana iraní, todo hace pensar que son fruto del fanatismo. El atacante ni siquiera había nacido cuando Jomeini lanzó su condena a muerte. Pero igual que pasó con los ataques de Barcelona y Cambrils de 2017, hay un fanatismo religioso, en este caso islámico, capaz de ser inoculado en gente joven que vive en un entorno occidental. Y por muy frustrante que sea, esta es una realidad que se tiene que abordar.
Pero, en segundo lugar, el ataque a Rushdie, igual que el asesinato de los dibujantes de Charlie Hebdo en Francia en 2015, busca poner límites en la libertad de pensamiento en todo el mundo, pretende socializar el temor a tener ideas diferentes, quiere amordazarnos para que no nos atrevemos a usar nuestra libertad. Libertad, por ejemplo, para disentir, pero también para satirizar, ridiculizar o hacer humor. Esta libertad es una victoria de la civilización que ahora está amenazada por los enemigos de la libertad y de los valores asociados a la Ilustración y la democracia. En este caso no se tiene que tener miedo a ser acusado de eurocentrismo o supremacismo occidental, porque son valores de alcance universal que el mismo Rushdie es el primero en defender. Y no podemos dejar que ganen los que nos quieren hacer retroceder en el tiempo y renunciar a una de las conquistas más importantes de la humanidad: la libertad de pensamiento, que es, en realidad, lo que nos hace humanos.