El presidente de la Generalidad valenciana, Carlos Mazón.
Act. hace 20 min
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Si tenemos que definirla con una metáfora, Carlos Mazón sería un nabo de la política, cultivado en los extensos campos que el Partido Popular tiene parados desde hace décadas en la Comunidad Valenciana (vale la pena recordar que el padre de la denominación Comunidad Valenciana fue un diputado de la UCD, Emilio Attard, que años después reconoció que ese nombre era “una imbecilidad”). Mazón entró en política como uno de tantísimos vividores que sabe que, bajo el cobertizo del PP, se puede vivir cómodamente y sin tener que hacer demasiado trabajo. Y le funcionó: a veinticinco años, nada más terminados los estudios de derecho, ya era director general del Instituto Valenciano de la Juventud, y formaba parte del círculo de influencia de Zaplana. El nabo fue alimentado con las aguas de la corrupción más descarada y ufana, la de los años de gloria valenciana del PP.

Todo le fue bien hasta que llegó a presidente de la Diputación de Alicante, cargo en el que aún podía seguir haciendo lo que mejor se le daba: cobrar sin hacer nada, y pasando inadvertido. Los problemas vinieron cuando en la sede de Génova tuvieron necesidad de hacer ver que actuaban contra el escándalo de la Gürtel y decidieron echar a la entonces presidenta del PP valenciano, Isabel Bonig, ya alguien se le ocurrió sustituirla por Mazón. Esto le convirtió en candidato a la presidencia de la Generalitat Valenciana, y el resto es historia. Una triste historia.

Ahora nos encontramos en un punto en que cada nueva información que sale sobre el presidente valenciano y su gestión (de la DANA en particular, pero también del gobierno en general) causan una mezcla de perplejidad y vergüenza ajena. Después de haber intentado echar la culpa del desastre de hace una semana literalmente a todo el mundo (los meteorólogos de Aemet, los militares de la UME, los ingenieros de la Confederación Hidrográfica del Júcar), y de haberse mostrado como un personaje sin norte ni criterio, disfrazado penosamente con un chaleco rojo para fingir que hacía algo, ahora su partido considera que ha llegado el momento de cerrar filas a su alrededor. Le amonestó para que no vuelva a dar las gracias a Pedro Sánchez, que naturalmente es el gran culpable de todo. Tampoco ha dicho ni pío del hecho -extraordinariamente grave- que el presidente del gobierno español fuera víctima de una agresión en la que peligró su integridad física, el pasado domingo en Paiporta. En su lugar le reclama 31.400 millones de euros, una cifra puesta sobre la tabla con una total arbitrariedad (podía haber sido más alta, o más baja, porque no se basa en ningún cálculo serio), sólo porque la prensa de la derecha española la pueda ir haciendo sonar junto con el impresentable carrito de insultos que se han acostumbrado a expeler a diario a diarios, redes y canales de radio y televisión.

Las víctimas, y toda la población, siguen desatendidas y exasperadas, mientras la versión más sucia de la política sigue disparando mentiras a un volumen atronador. Naturalmente que Mazón debería ir a juicio. En vez de eso, ve que no le hagan un homenaje.

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