Contra Sánchez

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Felipe González hace una sonrisa cómplice a Pablo Motos en 'El Hormiguero'.

1. Enemigos. Cada vez da más la sensación que el cegamiento de los enemigos de Sánchez, y tiene bastantes, lo acabará salvando, como ya ha ocurrido otras veces. Parece como si sus rivales, los de lejos, los de cerca (especialmente la resentida vieja guardia socialista) y los del PP de Feijóo, no hayan entendido el juego del personaje. Y es bastante elemental: anticipar los momentos de pausa, buscar la distensión, que es donde suele llegarse cuando las relaciones de fuerzas no están lo suficientemente decantadas, y prudencia a la hora de buscar puntos de encuentro. Desde su llegada, Feijóo se ha limitado a la descalificación permanente, sin entrar a fondo en el debate ideológico y político, hasta el punto de que en campaña electoral se negó a asistir a un debate que podía ser decisivo, en un ridículo ejercicio entre la frivolidad y la inconsistencia.

¿Qué ha hecho Sánchez? ¿Cuál es su delito? Vio que el Procés había tocado techo y que, de forma acelerada, sus protagonistas tomaban conciencia de los límites, a pesar de que desde el exilio se mantuviera cierta sobreactuación. Y simplemente capitalizó la oportunidad, dejando de lado las pulsiones represivas y abriendo espacios, marginando al mismo tiempo a la derecha, que va a piñón fijo. Y con la amnistía como bandera –un gesto con suficiente carga simbólica como para resultar atractivo y retratar a cada parte– favoreció que se fuera imponiendo la idea de que el momento de la gran confrontación había pasado, situando a cada uno ante la realidad. Y las elecciones catalanas le han dado bastante la razón.

2. Política. La estrategia sanchista está teniendo recorrido, por mucho que algunos se rasguen las vestiduras de indignación. Incluso el Cercle d'Economia de Barcelona se apunta. Se ha marcado un cambio de ritmo, y deberían ser muy irresponsables quienes ahora explotaran una fatua indignación para cargárselo todo. Catalunya está en otra fase, peor para los que no quieran darse por enterados. Feijóo sigue con su repertorio de descalificaciones mientras mira cada vez con más y más complacencia al otro lado: un Vox que prueba la falta de proyecto del PP. Y Felipe González, ya de forma descarada, parece querer liderar desde la historia la indignación del viejo PSOE, que desde el primer día digirió mal que dos jóvenes que no formaban parte del clan, Zapatero primero y Sánchez después, se llevaran el partido fuera de su órbita. Con González, una serie de políticos e intelectuales de la órbita izquierdista de los 80 se ha ido desplazando hacia posiciones entre conservadoras, reaccionarias y apocalípticas que les han conducido a tejer un espacio ideológico dedicado a demonizar a Sánchez y los suyos, mientras contemplan, algunos incluso con gozo y alegría, la evolución de la derecha y la extrema derecha. Esto, en un momento en el que Europa siente la amenaza del populismo neofascista. Ellos solo tienen ojos y boca para las fechorías de Sánchez y la maldad intrínseca de sus apoyos parlamentarios. Una diferencia sustancial respecto a algunos distinguidos conservadores y liberales europeos, que no pierden el tiempo negándose a ver la amenaza autoritaria que estas elecciones se puede afianzar en Europa. Y a los que ciertamente no se les ocurre mirar a los ojos a la extrema derecha buscando inspiración.

"El miedo alimenta a los extremismos", ha dicho el presidente Macron de visita en Alemania. No son los mejores momentos de la relación entre los dos países, pero parece que sus gobernantes han entendido que era necesario dar conjuntamente un mensaje de confianza, porque, si hacemos caso al presidente francés, "nunca ha habido tantos enemigos internos y externos y volvemos a tener la guerra aquí”, refiriéndose obviamente a Ucrania y apelando a la alianza de demócratas. Este momento de confusión, que inquieta a Macron porque ve cómo la extrema derecha puede malmeter su herencia si llega al poder, tiene decantaciones diversas en todo el continente. Y en España son más que visibles. Pero los rivales políticos de Sánchez los viven en estado de transfiguración: aterrorizados por las vías que el PSOE ha emprendido bajo su liderazgo, no están para bromas. Se apuntan a la enmienda a la totalidad mientras él va haciendo camino a su manera: buscando vías de entendimiento antes de que los problemas se enquisten. Y favoreciendo que las situaciones se muevan. ¿Hasta dónde llegará? Probablemente se le complicaría más la vida si sus adversarios pasaran del resentimiento a la política.

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