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El hemiciclo del Congreso de Diputados durante el inicio de la nueva legislatura.

La larga resaca de los hechos del 2017 ha acabado conduciendo a una nueva etapa que pide serenidad. Si existe un principio de la política, es no perder nunca la conciencia de los límites. Saber en cada momento hasta dónde se pueden forzar las cosas. Y acertar en los instantes de oportunidad. Aquel octubre no quiso reconocerse que no todo era posible. Y acabó como todos sabemos.

Entonces, el PSOE se alineó incondicionalmente con el PP contra el independentismo, aceptando de forma acrítica la frívola gestión de Rajoy, que, incapaz de afrontar políticamente el conflicto, se lo delegó a la justicia. A Rajoy nunca le ha gustado trabajar demasiado. Se abrió así un largo camino con las consecuencias represivas de todos conocidas.

Mientras tanto, se ha ido recomponiendo el escenario político con la práctica desaparición de Ciudadanos, un artificio sin otro contenido que la furia anticatalanista, que ha sido desbordado por el protagonismo de Vox, la cara más dura de la derecha. La lógica política ha hecho su camino, y los dos principales partidos, PP y PSOE, se han ido distanciando, incluso en las formas a la hora de defender a la patria, a medida que las elecciones se acercaban. Este proceso ha coincidido con la ola reaccionaria que vive Europa, con las derechas en radicalización generalizada, y Feijóo se ha apuntado a ello: con el ruido –insulta más de lo que habla–, con la alianza autonómica y municipal con Vox, y con la opción estratégica a favor del autoritarismo postdemocrático. Y no para.

En el otro lado, Sánchez, necesitado de una mayoría para frenar a la derecha y conservar la presidencia, ha girado hacia un discurso de pacificación y colaboración que ha dado como resultado una mayoría parlamentaria de amplio espectro y, por tanto, de precaria estabilidad, en un Congreso partido en dos, en el que la derecha (PP-Vox) se ha quedado sola y cada día está más suelta. Ahora ya quiere incluso declarar ilegales a los partidos independentistas.

Se entra así en un periodo en el que las estridencias caen al lado de la derecha y que, más que nunca, es necesario hacer política: trabajar por lo que se puede conseguir y captar aquellas oportunidades que permiten avanzar con suficiente sentido estratégico como para no tirar la casa por la ventana. Reanudar el programa de máximos no aportará nada al independentismo. Al contrario: lo dividirá. Y quienes ahora gritan más, mañana pueden ser los más dóciles. No duden en que, si algún día alguien se acerca al PP, será Junts o su próxima mutación. Las derechas se huelen.

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