El 'sharenting' y el derecho de las criaturas a ser anónimas


Una pareja alemana acude al cine y entre los anuncios aparece una versión adolescente de su hija de 9 años. El avatar viene del futuro para pedirles que dejen de colgar fotos suyas porque le están hinchando la huella digital con un montón de información que le puede generar problemas: desde convertir una tierna mueca en mem viral hasta perder oportunidades laborales, pasando por el disco duro de un pedófilo. El avatar lo generaron a partir de dos fotos extraídas de las redes, a las que ponen voz y apariencia adolescente gracias a herramientas de inteligencia artificial. El vídeo forma parte de un experimento social de la empresa Deutsche Telekom, para concienciar sobre el sharenting (o crianza compartida, según el Termcat).
El sharenting es un hábito digital extremadamente extendido. De hecho, es casi una norma, una expectativa: como si la crianza moderna tuviera que retransmitirse en directo y para todos. Como madre que ha colgado un total de cero fotos de su hijo en dos años y medio, siento la presión cada vez que alguien con tono de reproche me dice que no saben nada de él porque no cuelgo fotos ni las envío por WhatsApp. Soy a juicio que si hay interés genuino por ver cómo crece mi hijo podemos quedar un rato en el parque y ponernos al día. A esto podemos sumar la complicidad de la familia cercana, con la que debes dar muchas explicaciones hasta que –por suerte– entienden que no pueden enviar fotos a sus amistades. Pueden presumir de limpio enseñándolas cuando queden. Socialmente, está tan aceptado que si no firmas el consentimiento para aparecer en las imágenes de la escuela existe el riesgo de que la criatura sea explícitamente excluida de alguna dinámica por no salir a la foto.
En Reino Unido lo han bautizado como la síndrome del sharentingy la dimensión es importante: una criatura de 5 años tiene una media de 1.500 fotos colgadas en las redes. Esto equivale a unas 25 fotos al mes: imagínense la cantidad de escenas cotidianas que caben. Y añado: algunos nacen digitalmente antes de cruzar al otro lado de la piel, porque su huella digital queda inaugurada cuando los progenitores deciden anunciar la buena nueva colgando la ecografía. ¿Después nos sorprenderá que no valoren la intimidad?
Es evidente que no es lo mismo colgar fotos y vídeos del baño, de los primeros pasos o desenredando los regalos de Reyes que una foto ocasional de la familia de excursión cuando ha hecho la cima. También es diferente colgar a la criatura pintando, sólo mostrando la mano con el color cogido. Hay quien opta por cubrir la cara con emojis (buena idea... hasta que me pregunto cómo me sentiría si alguien me lo hiciera a mí).
Si he decidido no participar de este hábito colectivo no es sólo por los riesgos de internet. Mi razón última es recordar en todo momento que su vida es suya. Que nuestra ilusión no puede pasar por encima de su derecho a crecer anónimos. Que la dopamina de los likes no justifica que se cuelguen fotos sin pensar en su futuro. Mi propósito es respetar la oportunidad única e intransferible de decidir cómo nutrir su yo digital, acompañándole cuando llegue el momento.