Como quien oye llover

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La lluvia y el calendario

Acabo de entrar en el bar, porque tiene wifi y está bien leyendo el periódico. El camarero, que me conoce, ya me ha marchado el café con leche con vaso (un café con leche como los de los paradistas del mercado). Me siento en el fondo de todo del local, en una mesa esquinera que es “la mía”. De repente, un trueno. Se ha oído un trueno. Me levanto, sin poder evitarlo, para comprobar si llueve (donde estoy no hay ventanas). Llueve, llueve.

“Llueve?”, me pregunta una mujer, que siempre está ahí, también, y que siempre pide zumo de naranja y bocadillo de látigo. "Sí, sí", he dicho yo. Y con una insospechada sorpresa y una moderada alegría, he dicho: “De repente, ¡fuera es todo negro!”. La mujer se levanta para mirárselo. Un parroquiano entra, con esa actitud corporal de cuando llueve, que tiene algo que ver con los perros, cuando, también por la lluvia, se sacuden. Hace unos pequeños estremecimientos de alegre contrariedad. Lleva un paraguas. Y yo, enseguida pienso: “¿Por qué lleva paraguas? ¿Sabía que llovería?”. La camarera exclama: “Qué verano…”.

Vuelvo al sitio. La mujer, también. Nunca me había levantado para ver llover. Hay una expresión que justamente habla de la normalidad de la lluvia, para explicar que alguien no hace caso, no escucha: "Como quien siente llover". ¿Por qué me he levantado, por qué me he alegrado tanto de la lluvia? ¿Es por el cambio climático? No puede decirse que no. Yo, como esta mujer del perro, queremos que haya agua, que no haya restricciones, que haya árboles bien regados y piscinas y pantanos llenos. Sí, claro que sí. Pero también existe otro factor, otro condicionante. Cuando te miras el cielo, cuando observas si esa nube traerá lluvia o no, cuando empiezas a calcular si llegará donde tú eres, cuando hablas con el vecino de si “ha llovido bien”, cuando te apetece mojarte porque llueve, cuando te sorprende la lluvia y no sólo la nieve, es que te estás haciendo viejo.

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