El conflicto atávico España-Cataluña consiste en que a Catalunya se le atribuye una identidad española de intensidad variable, que decide España en función de sus intereses y su humor político de cada momento histórico, con los que regula épocas de mayores derechos y etapas de mayores obligaciones, siempre desde la más estricta vigilancia de que Cataluña no salga de madre.
La reclamación de las pinturas de Sijena se enmarca en un momento de ofensiva nacionalista, la de la mayoría absoluta de Aznar de 2000, en la que se dan por terminados el duelo y la penitencia de la derecha española heredera de la dictadura franquista y que empieza la fase de desacomplejo nacionalista perdiéndolas en Cataluña. Es la época en que se renueva la alianza entre la derecha española y el episcopado español, que consigue retocar los límites del obispado de Lleida para hacerlos coincidir con los de la provincia, lo que da más fuerza a la reclamación que hace devolver objetos de las parroquias de la Franja exhibidas en el Museo Diocesano de la Generalitat y las pinturas de la sala 1936 y conservadas en el MNAC.
Todos estos episodios son muy anteriores al Proceso, al 1 de Octubre ya las cárceles y los exilios. La razón es clara: no importa, que Catalunya se vaya o vuelva (expresión que presenta la dinámica histórica como si Catalunya fuera el hijo pródigo que vuelve a casa del padre después de una época turbulenta), porque la que siempre vuelve es España.