De la demonización del diálogo (o negociación) hemos pasado a la constitución de tres mesas de diálogo (o negociación) entre el PSOE y el independentismo, reuniéndose por separado. ¿No querías caldo? Tres tazas. No es muy lógico que Junts, ERC y el Govern (en manos de ERC) hablen con el PSOE por separado, pero hay que hacer de la necesidad virtud, y esta fórmula tan pesada es, ahora mismo, la única que concilia los intereses particulares de los implicados. Y quién sabe si no será útil: La competencia entre los partidos soberanistas puede hacer que la subasta trepe y trepe, y el PSOE podría convertirse, al fin y al cabo, en la víctima de una pinza. Así ocurrió en la negociación de la investidura. Mientras Puigdemont insistia en la amnistía y el diálogo con verificador internacional, ERC atacó por el flanco de las cesiones concretas –Cercanías, financiación– y el acuerdo final ha sido acumulativo. Esto ha sido posible no por el espíritu de colaboración de los partidos catalanes, sino porque los votos de ambos son imprescindibles. No fue así hace 4 años.
La mesa de diálogo (“de diálogo y negociación”, según ERC) pudo ser una buena herramienta, ya que por primera vez los gobiernos catalán y español se avenían a hablar del "conflicto político" en un marco bilateral. Pero Junts enseguida se desmarcó y la menospreció, alimentando el discurso de los llamados octubristas, quienes decían que Catalunya ya se había autodeterminado y no había que discutir nada, solo implementar los resultados del 1 de octubre. ERC, en solitario, arrancó de la mesa los indultos y la reforma del Código Penal, pero ningún avance concreto que nos acercara al derecho a decidir. Mientras, Junts se marchó del gobierno catalán y confirmó su apuesta por la confrontación. A medida que la legislatura avanzaba, Pedro Sánchez sintió la necesidad de deshacerse de la tutela independentista, y el diálogo se fue espaciando ante la certeza de que no habría ningún nuevo avance. PSOE y ERC siguieron colaborando, pero ya en el Congreso de Diputados, pactando sobre todo políticas sectoriales, lo que sirvió a los republicanos para asegurarse el apoyo del PSC en el Parlament.
En las últimas elecciones generales el independentismo retrocedió (especialmente ERC) y el PSC fue el principal benefactor del nuevo clima político en Catalunya; sin sus votos, Pedro Sánchez no pudo volver a ser presidente. El PSOE, que ya no podía contar con la alternativa de Ciudadanos, se ha visto abocado a apoyarse de nuevo en Catalunya. Junts, con la aritmética a favor, decidió enmendar su estrategia para volver al pactismo, un paso que solo podía dar Puigdemont, con la autoridad moral que tiene sobre los suyos; pero para que ese viraje fuera bien aceptado por sus bases, tenía que demostrar que se podía negociar mejor que ERC. Con más firmeza y más eficacia.
Por eso estamos donde estamos. Con tres mesas de negociación distintas para resolver un único conflicto. Toni Comín ya ha dicho, con la fe del converso, que la "negociación real" será la de Junts con el PSOE, pero todo el mundo puede entender que lo más deseable sería que lo que obtengan Junts y ERC por separado, una vez "vendido" a sus respectivos públicos, convergiese en la mesa entre gobiernos, porque son los gobiernos los que tendrán que aplicar lo que se acuerde. Antes, sin embargo, Junts tendría que añadirse a la parte catalana de la mesa. Y la CUP también, si quiere (que no va a querer). Confrontarse cuando toca, cooperar cuando es necesario: esta es la vía para hacer que un escenario tan complicado como el actual conlleve consecuencias positivas para el país.