Austria tendrá pronto su gobierno de extrema derecha, con un presidente de la FPÖ (el Partido para la Libertad austríaco: subrayamos que la apelación aberrante a la palabra libertad es una constante en todas las extremas derechas europeas y americanas), como ya lo tienen desde el pasado julio los Países Bajos, o Italia desde el 2022. O Hungría desde el 2010, porque en realidad el mal viene de atrás. A Giorgia Meloni la vimos hace unos días de visita sorpresa a Donald Trump, que ha pasado las fiestas disfrutando la espera para regresar a la Casa Blanca en su residencia de descanso en Mar-a-Lago: todo fueron sonrisas y una química estupenda entre la seguidora de Mussolini y el líder supremo del movimiento MAGA. Trump, que ha visto cómo la ratificación de su victoria electoral en el Capitolio se celebraba sin ningún problema ni susto (al contrario del asalto que él instigó para impedir, hace cuatro años, la ratificación de Joe Biden) destacó que considera la primera ministra italiana "una gran aliada". Y lo es: una gran aliada en el objetivo de arrinconar y minimizar a la Unión Europea, sin descuidarse de parasitarla. Entre los muchos enemigos, externos e internos, que tiene la UE, está claro que estos dos mandatarios se encuentran entre los más poderosos.
La propia UE, por otra parte, no se lo pone excesivamente difícil. Hace poco hemos visto cómo Ursula von der Leyen aplaudía la medida del gobierno de Meloni contra la inmigración ilegal (cerrar a los migrantes en centros de detención en Albania) y la proponía como un modelo idóneo para el control migratorio dentro del conjunto de la Unión. Hay que decir que el experimento acordado por Meloni y su homólogo albanés, Edi Rama, de momento no ha logrado más que ser un escándalo: el acuerdo prevé que Italia pague cerca de mil millones de euros en Albania en los próximos cinco años; mientras tanto, el centro de detención de Shëngjin (el puerto) de Albania donde se encuentran estas instalaciones) está vacío, mientras los policías destinados a vigilarlo se dan la gran vida a cuenta del erario público italiano, tal y como descubrieron periodistas del medio Piranjat Syri TV y publicó The Guardian. Es un buen ejemplo de las políticas de la derecha dura o extrema: a la hora de la verdad todo es siempre un engaño, que suele resolverse con la rapiña de las arcas públicas en beneficio de los espabilados de turno.
La UE hace mucho tiempo que se muestra errática, débil y desunida en sus políticas de inmigración, una de las cuestiones más acuciantes de nuestro tiempo, y el gran caballo de batalla de las extremas derechas. Encargar a países de fuera de la Unión que hagan el trabajo sucio (que incluye disparar contra las pateras estibadas de migrantes que se aventuran en las rutas de la inmigración ilegal) ha sido una excelente manera, precisamente, de reforzar los discursos de odio. Que ahora Francia y Reino Unido (que cometió el colosal error del Brexit), y la propia Comisión Europea, planten un poco de cara a Elon Musk, cómo leemos en el artículo de Quim Aranda en este diario, resulta insuficiente y, sobre todo, llega tarde.