Hace calor, hoy, quince de julio, que escribo ese papel. Cuando yo era joven era san Enrique. Ahora ya no. Lo han trasladado al día trece, creo. Todo cambia. Menos el calor, que estos días es sofocante, pegajoso. Hay como una losa de humedad que pesa sobre el cielo de Barcelona. Apenas salgo de casa, por el calor y por el trabajo que tengo porque estamos dejando el piso de la capital y la propia capital. Un harto de hacer paquetes, de encapsar libros, de romper papeles inútiles. Cuando uno es desordenado encuentra sorpresas en los sitios más insospechados. Ayer, por ejemplo, me salió, en medio de otros papeles, una larga carta de Modesto Prats que no recordaba ni de lejos. Como le dediqué mi libro Las ciudades y le envié, me contestaba haciendo una lectura larga y minuciosa. La dedicatoria especificaba que era “vengándome de un prólogo de hace años”, él empezaba diciendo que no entendía nada de eso de la venganza. Que él no era vengativo. Está claro que la mía venganza era cum grano salis, es decir, algo irónica y casi metafórica. Él, en aquel prólogo de hacía años, me recriminaba que me miraba demasiado el ombligo, que me contemplaba demasiado, y me recomendaba que saliera al mundo de lo real. Ahora Las ciudades llevaba un epígrafe de Carles Riba: "dentro de nuestra madera mezquina / resuenan hombres y ciudades". La venganza era un libro en el que se hablaba de hombres y ciudades, es decir del mundo real. Me emocionó encontrar esas dos hojas, escritas a dos caras, con su pequeña letra de perfectas líneas paralelas. Eran unos años que, de repente, volvían desde el fondo del pasado y de nuestra relación personal, entonces todavía incipiente. Con los años se fue intensificando y llegamos a ser amigos en serio. Pero no hubo otra carta como aquella, porque la escritura se cambió en palabras habladas. Viajamos, hablamos mucho y ahora veo que las palabras se las lleva el viento, como dice el tópico. Las cartas quedan y ésta que me ha salido ahora removiendo papeles antiguos me ha hecho añorar otras no escritas nunca. Ya se han perdido para siempre aquellos tiempos de las correspondencias. Aquel hablar sopesando las palabras, ese deseo de la exactitud, ese pensar que quedaba fijado en la escritura.
Sin las cartas, Xavier Pla no pudo escribir su magnífico libro, pienso. O por lo menos tal y como es. Y pienso en Josep Pla, claro. Recuerdo el día que, con Dolors fuimos a Mas Pla para despedirnos de él. Marchábamos a Londres por un par de años a hacer de lectores. Nos acogió con su habitual amabilidad: ¡Ah, Londres!, exclamó. ¿Por qué no viene, le dijo Dolors? Yo ya soy viejo, le contestó. ¿Viejo?, no hombre, usted no es de viejo… Entonces Josep Pla se puso serio: Señorita, no me cojone, soy viejo. Si quiere ser amiga de Pla, no me cojone, soy viejo. Entonces llegó Terenci Moix. Cuando la criada lo anunció, Pla le dijo: dígale que no estoy. Pero se repensó: ¿lo conocen al señor Moix? Entonces aún no le conocíamos. Le dijimos que no. Y Pla dijo a la criada: dígale que suba. Y Terenci entró. Señor Pla! Siga, siéntese. Presentaciones, etc. Y Pla empezó su actuación: ¿De dónde viene ahora, señor Moix? Y en Terencio: de Cadaqués. ¡Ah, Cadaqués! ¿Y le gusta, Cadaqués?, siguió Pla. Entonces Terenci se deshizo en elogios admirativos, que si las casas, que si el Llaner, que si Port-lligat, que si el mar, que si el paisaje. Pla le dejó hablar. Cuando Terenci acabó su discurso, Josep Pla provocó un silencio teatral y, de repente, exclamó: ¡Cadaqués, una mierda! Luego, bajando la voz, teñiéndola con un si es no es de nostalgia, añadió: antes sí que estaba bien. Más silencio. ¿Y dónde va ahora, señor Moix?, le preguntó Pla. Me voy a S'Agaró. Y Pla: S'Agaró, muy bien, muy bien, sí, vaya, vaya a S'Agaró a distraer a la señora Carmona… Terenci Moix se marchó. Nosotros nos quedamos. ¡Ah! ¡Londres! Y qué tiene que ir a Londres, señorita, con esas piernas tan bonitas. ¿Por qué no se queda aquí conmigo en hacerme de secretaria?
Hace calor, el bochorno me trae recuerdos. Recuerdos de tiempos perdidos, de frases dichas y escuchadas, de ambientes medio olvidados. Hilagarse de una vida que ya ha pasado. Las generaciones se suceden, las experiencias, que nos han constituido, se resisten a morir. Pero van a morir con nosotros, pobres humanos. Morirán las experiencias y morirán sus recuerdos. Por lo menos que alguien lo escriba, que es lo que estoy intentando hacer ahora.