Una amiga, profesora, me enseña una foto de su aula. “Esa es la nueva metáfora de lo que nos ha llegado al instino –me dice–. Unas telas, nuevas, que tapan las pizarras”. Y añade: "¡Si ya teníamos proyector!"
La foto se repite en muchos institutos. En la pared donde está la pizarra (una pizarra grande, claro) han plantificado un televisor (un televisor grande, claro). Como el televisor debe estar centrado y la pizarra ya lo estaba, el televisor tapa la pizarra. Arriba, enrollada, está la pantalla del proyector, que si un día se desarrolla, quedará tapada parcialmente por el televisor, por delante. Veo, en una etiqueta que hay en el nuevo aparato, que está "financiado por la Unión Europea", "Next Generation Catalunya", la "Generalitat de Catalunya" y el "Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia".
No niego en modo alguno el valor de los televisores, porque no niego, en modo alguno, el valor de documentales, películas, conciertos en directo y todo lo que nos educa. Pero me parece sintomático que el televisor tape la pizarra (donde mi amiga escribe a mano frases y dibuja flechas y rodea letras). Decimos que no queremos libros, ay, uix. Pero entonces son los maestros los que "hacen de libro" inventándose ejercicios. Decimos que no queremos clases magistrales, ay, uix. Pero entonces es la tele la que nos enseña “tutoriales”, que son exactamente una clase magistral. No niego para nada "la llegada de las nuevas tecnologías", lo que me subleva es que las técnicas "obsoletas" sean arrinconadas sin que se les reconozca ningún tipo de utilidad, luminosidad y utilidad. Estudiar en un libro, con fotos, página derecha e izquierda, tiene incuestionable utilidad memorística. Escuchar una clase sin duda ayuda a comprender, ya sea de lengua, de cocina o conducir. Todos los maestros que dicen que la sintaxis no importa han realizado sintaxis. Y no podrían “no enseñar” sintaxis de la misma manera si no la hubieran hecho. Quien confunde “me” con “hem” está mostrando mucho más que un error ortográfico.