Tomarse en serio el Midcat

Un documento de la Comisión Europea, el llamado Libro verde, ya avisaba en el año 2000 que la Unión se tenía que poder liberar de la dependencia del gas y el carbón rusos (un 45%), y que para hacerlo había que diversificar las fuentes de energía. Aquella necesidad se ha convertido en urgencia, a medida que se acercan un otoño y un invierno marcados por la guerra de Ucrania, que no se prevé que se acabe pronto, y por la crisis energética causada por el conflicto con Rusia. La dependencia del gas ruso de buena parte de Europa ha llevado a algunos a replantear la conveniencia de recuperar un proyecto que se había descartado: el Midcat, que tendría que poder llevar gas desde Argelia y la Península hasta la Europa central a través de Catalunya y Francia.

El controvertido proyecto, criticado por los ecologistas, no era interesante, según un informe de la consultora Pöyry, si los precios del gas no se disparaban mucho o estallaba un conflicto con Rusia. Pero esto es lo que ha pasado, y en el contexto actual el conducto también podría servir para llevar gas que llegara en estado líquido a Catalunya y a España, donde se desgasificaría para enviarlo a la Europa central, o incluso hidrógeno verde. El presidente español, Pedro Sánchez, está a favor, y partidos que antes se oponían a ello han ido cambiando de opinión. El contexto internacional y la necesidad urgente de abordar la dependencia energética han dado alas nuevas a un proyecto que tiene una base hecha –el conducto ya existe entre Argelia y Hostalric– y que tendría implicaciones económicas para Catalunya.

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El optimismo con el proyecto –animado por la reclamación del canciller alemán, Olaf Scholz, de reforzar las conexiones con la Península– ha encontrado escepticismo en Francia. El gobierno de Emmanuel Macron lo ve como un proyecto lejano, que tardaría demasiado en ponerse en marcha para responder a la crisis actual, y más caro que fabricar infraestructuras que permitan a los países más afectados abastecerse de gas natural licuado. Son argumentos que, en todo caso, merecen ser estudiados.

El escepticismo francés no es un portazo. El ministerio de Transición Ecológica, encabezado por Agnès Pannier-Runacher, no se cierra a dialogar con los países europeos interesados ni con la Comisión. Y es que un proyecto así no puede ser cosa de dos estados, tendría que ser un esfuerzo europeo común, un proyecto con voluntad de unidad de acción y de previsión. Por eso, no solo por la necesidad evidente de diversificar las fuentes de energía, es una propuesta que hay que tomarse en serio. El contexto geopolítico cada vez más convulso obliga a los estados europeos a actuar pensando en el bien común y en un futuro más allá del corto plazo. Se llama autonomía estratégica.

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¿Esto quiere decir que el Midcat es una infraestructura imprescindible y que hay que sacarla adelante tanto sí como no? Como todas las propuestas serias, hay que valorarla en profundidad, estudiando los aspectos positivos y los negativos, hacer los pertinentes estudios de coste/beneficio y no olvidar ni el impacto ambiental que puede causar ni la ayuda que puede ofrecer para desarrollar las energías renovables. Y en todo caso, hay que ser conscientes de que el Midcat solo no solucionaría el problema de la dependencia energética europea.