«Hay una opción
y es calificar de terrorista
la definición de terrorismo»
Juan José Millás, 2005
Corría en abril de 2002 y éramos demasiado jóvenes pero no lo suficientemente ingenuos, porque la aznaridad fue a la vez una escuela, una hostia y una cicatriz que todavía dura. De la noche a la mañana, nos levantamos en la Vila de Gràcia con tres compañeros acusados de terrorismo por orden de la virreina Julia García-Valdecasas, delegada de hierro en Barcelona. La broma de la democracia, cuando la democracia es en broma, duró 1.150 días contados. De pedirles 10 años de cárcel a archivar la causa –y ni siquiera juicio–. Chimpum. El falso grupo terrorista nació muerto y murió donde nació: en un oscuro despacho de la comisaría de Via Laietana. Uno de los inspectores que se lo arrebató lo vimos muy activo el uno de octubre de 2017 y ha sido reiteradamente ascendido. Parábolas transicionales de la memoria, el grupo 6 de la Brigada Provincial de Información que fabricó aquella farsa lleva, en democracia, el mismo nombre y número siniestros que llevaba la Brigada Político-social en dictadura: VI. Antes, en el 2001, cuando alguien –de extrema derecha dura– trató de colocar, ahora sí, un artefacto explosivo en las Cotxeres de Sants, la misma unidad policial tardó cinco minutos en emitir un comunicado donde se leía: " Se trata de un grupo de amigos que quería dar un susto al movimiento okupa". Que eran amigos suyos es presuponer, claro.
En el mismo febrero de 2002, en distopía paralela, arrancaba la pesadilla policial y judicial de los llamados "cuatro de Iruña" -apodo tomado de los "cuatro de Gilford", que todos retenemos en la retina por la película En el nombre del padre–. Estuvieron dos años en prisión acusados de ser miembros de ETA hasta que un día un juez, consciente del pozo sin fondo que es la tortura, decidió que aquello no tenía ni pies ni cabeza y los liberó de golpe y sin él ningún cargo. 700 días en prisión, y los responsables, en paradero conocido pero impune –y ahora escriba conmigo cien veces en la pizarra: "Estado de derecho"–. Sólo un año después, en febrero de 2003, menos jóvenes y mucho menos ingenuos y en el cenit de una aznaridad que cavaba su ocaso, nos despertábamos insomnes escuchando cómo la Guardia Civil cerraba el diario Egunkaria, detenía y torturaba a sus directivos y les acusaba de terrorismo. "Una operación en defensa del euskera", dijo Ángel Acebes para justificar el cierre del único diario escrito en lengua vasca. En 2010 –siete años después– Egunkaria era absuelto con una durísima sentencia que remachaba que el cierre no había tenido "ninguna habilitación constitucional directa". Ningún juez ni ninguna guardia civil de quienes inhabilitaron la Constitución fue nunca procesado por ese atropello –y el conductor sigue al volante–. Cirereta prosaica, en 2007, mientras se conseguía ilegalizar por la vía de urgencia la formación vasca ANV, al fiscal general del momento, Conde-Pumpido, se le escapó en un desayuno con medios: "Nos hemos pasado, pero ha colado". Hoy preside el Tribunal Constitucional.
En 2007, cuando ya dejábamos de ser jóvenes pero no precarios, nos detenían a Núria Pórtulas, activista anarquista en comarcas gerundenses. Estuvo encarcelada cuatro meses acusada de terrorismo. Se llamaron muchas tonterías, proporcionalmente inversas a la absoluta falta de pruebas.Núria fue absuelta en todos los términos dos años después y drásticamente: es imposible colaborar con una organización terrorista cuando ésta ni siquiera existe, remachaba la sentencia.Eran los tiempos en que se denunciaba a Guantánamo como zona de no-derecho –y en el 2008 todavía estallaría el dantesco caso de los 11 del Raval, falsamente acusados de terrorismo y encarcelados durante seis años–. : "Primero se arreglaron la figura del terrorista desarmado y no tardarán mucho en inventarse la figura del terrorista pacífico". – fue el admirado escritor Erri de Luca. La fiscalía de Milán pedía para él hasta cinco años de cárcel por instigación del terrorismo. Fue categóricamente absuelto. Dos años después, claro. El proceso es el castigo, decía Kafka. Era 2014 y, encadenando crisis tras crisis, volvió a ser el turno recurrente de los anarquistas. Aquellas espectaculares operaciones rebautizadas como Pandora y Piñata, que alertaban del terrorismo libertario en Catalunya, quedaron –años después, por supuesto, y bajo un olvido general y una amnesia sistémica– en el más solemne y vergonzoso archivo.
Ya era 2018, a caballo entre agotados y esperanzados, y nos detenían a Tamara Carrasco, acusada de terrorismo en toda portada en medio de un show tricorneal retransmitido en directo. Un silbato y una carita de Jordi Cuixart constituían las pruebas. Una extraña orden de confinamiento, en tiempos de excepción, la recluyó en Viladecans durante un año. Tamara fue doblemente absuelta. Podríamos añadir demasiadas cosas y demasiados casos, porque esto sólo es un breve breviario de una lista inacabable: Érico y el Ejército del Fénix; el concejal de Vic Joan Coma acusado de incitación a la sedición por decir "para hacer una tortilla hay que romper los huevos"; y hasta el último humorista que todavía no sabe que le procesarán para hacernos reír de los desorios cotidianos. Mientras todo esto ocurría y ocurre todavía, algunos, banalizando brutamente el terrorismo y en cinismo inagotable, se piden ahora cómo es posible que se hable hoy de degradación democrática, devaluación jurídica y retroceso autoritario en España.
Citaremos a los demás, ya que a nosotros –infrahumanos– nunca nos escucharán. El propio 1-O, varios mandos policiales emitieron un durísimo comunicado contra el operativo que habían protagonizado –y que las manos del poder obligaron a retirar–. El propio DAO, es decir, el máximo responsable policial del CNP, Eugenio Pino, dijo en sede judicial: "Hemos realizado operaciones que pondrían los pelos de punta. Por el interés de España". Repreguntado en el Congreso sobre el sentido último del todo por la patria, respondió, milhombres: "Todo es todo". De hecho, su ministro de la porra, Jorge Fernández Díaz, está hoy procesado y piden para él 15 años de cárcel –y la noticia de la semana es que ha pedido, él mismo, que se impute también al PP como acusado y beneficiado–. Y una última. Audio enviado a María Dolores de Cospedal por Villarejo, donde éste sostiene que hay que abrir una segunda operación Catalunya por "acabar con los independentistas de una puta vez por todas".
Otros también se piden por qué es necesario rebobinar hasta 2012 como fecha de inicio. Voy a ceder la palabra a los fiscales que entonces protestaron. Corría ese otoño y dos comisarios, sin ningún tipo de orden judicial y desplazados desde Madrid, se plantaron en la Ciudad de la Justicia. Era el 29 de octubre de 2012. Eran José Luis Olivera, del CICO, y Marcelino Martín Blas-Aranda, jefe de Asuntos Internos. Querían convencer a los fiscales anticorrupción, que se negaron en redondo, para registrar la sede de CiU en plena campaña electoral. La extraña visita terminó suscitando la protesta de los fiscales y una queja formal del Consejo Fiscal. Pero pocos meses después, ambos comisarios recibían la medalla al mérito policial con distintivo rojo, un reconocimiento remunerado. si siempre fuese ayer y nunca mañana. Este lunes –más viejo, más perplejo y ya sin ingenuidad alguna– todo devolvía cuando debía leer, con ojos desgarrados y un puñetazo en el estómago, como Jesús Rodríguez, periodista de la Directa y pieza clave imprescindible en la denuncia e investigación de todos los casos mencionados anteriormente, era acusado de terrorismo por la Audiencia Nacional en la causa de Tsunami Democrático. En la organización terrorista, según la benemérita que vertebra a hostias la unidad de España desde hace 175 años, están también Carles Puigdemont, Marta Rovira, Ruben Wagensberg, Oleguer Serra, Josep Lluís Alay y mejor gente. A la luz del pasado reciente, puedo vislumbrar cómo acabará la historia. El problema es que no sé cuándo ni a qué precio, que siempre pagan los mismos. Sí sé hace mucho que somos, también, todo el tiempo que nos hacen perder –que le pidan a Valtònyc–. Ahora bien: etimológicamente, el terrorismo es la dominación por el terror; también existe, pues, el terrorismo judicial. Y la misma definición de terrorismo, como alertaba Millás en el 2005, se ha convertido ya en terrorista. Uno lo entiende todo mejor –en la cabeza, en el cuerpo, en el corazón– cuando un lunes de noviembre debe levantarse, bajo un cielo de plomo, viendo como una parte inseparable y central de mi vida –el Jesús– y una de las personas mejores, más íntegras y más dignas que conozco se convierte en terrorista para un sistema ya enloquecido. Y la locura, como decía aquél, no es oponerse al sistema: la locura es no hacerlo. No nos harán creer, Jesús. Tú por nosotros y nosotros por ti.