La tormenta silenciada

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Esta semana ha sido el Día Mundial de la Lucha contra la Depresión. Según la OMS, 280 millones de personas la sufren y es una de las primeras causas de discapacidad. Podemos concluir, pues, que la desesperanza es uno de los principales problemas de nuestra sociedad. Parece evidente que algo demasiado esencial no estamos haciendo bien y la pandemia todavía lo ha complicado todo más.

Pero dejadme que brevemente os hable un poco de esta tormenta (la depresión) que muchas personas ya conocen y que otros quizás sufren pero todavía no le han puesto nombre.

A veces llega asociada a un hecho concreto que la desencadena, pero en otros aparece sin una causa evidente (cuanto menos, difícil de identificar inicialmente). Todo empieza con una lluvia fina, unos primeros avisos que, dada la falta de educación emocional general, es fácil que no identificamos. De forma progresiva y silenciosa acaba convirtiéndose en una borrasca que se descarga sobre nosotros, lo cubre todo y no nos permite ver más allá.

La depresión en muchas ocasiones nos hace sentir un vacío terrible dentro de nuestro, como si tuviéramos un agujero inmenso en el estómago, como si de repente viéramos la realidad en blanco y negro y los colores de nuestra vida se hubieran esfumado. Nos hace sentir desconectadas de todo y todo el mundo. Problemas de memoria, concentración, insomnio (las noches se convierten en la peor pesadilla diurna), pérdida del deseo sexual, de hambre... podemos sentir que nuestra capacidad de disfrutar se desvanece. Todo aquello que nos hacía vibrar, ahora nos deja impasibles o incluso nos molesta. La tristeza nos secuestra y de repente todo nos pesa. La vida nos pesa. Nos miramos al espejo y no nos reconocemos, solo vemos la tormenta. Y en el mundo sentimos miedo, nos sentimos minúsculos, insignificantes. Y sentimos que no podemos. 

Y a la vez el estigma que recae sobre la salud mental nos tapa la boca porque no queremos que nos vean como personas débiles. Intentamos disimular, nos encerramos con nuestra tormenta, alejados del mundo esperando que se apacigüe. Acurrucados en la cama encontramos nuestra madriguera. Desaparecemos. Si tenemos que salir, intentamos poner la mejor cara e ir rápido. Pero agota mentir, excusarnos, disimular... perdemos la poca energía que tenemos ocultando nuestras emociones ante una sociedad que silencia y todavía no entiende qué es la depresión. Y cada vez estamos más empapados. Y de repente nos encontramos en el círculo, donde tan solo hay pensamientos negativos, donde no cuidamos a la gente que nos rodea y de la cual cada vez nos alejamos más. Como si la vida se hubiera esfumado de dentro nuestro. Y nunca nadie nos había dicho que esto nos podía pasar. A mí, a ti o a ellas... porque la depresión puede llamar a la puerta de todas las casas. Por eso es tan importante hablar y sobre todo tener claro que hay cobijo ante el temporal. Porque por muy extremo que sea, siempre hay una salida. Y será clave para recuperarnos buscar ayuda profesional, mostrarnos tal como somos y como nos sentimos, y sobre todo no tener miedo a adentrarnos en la tormenta. Porque mirarnos, aceptarnos, compartir y emprender el camino, puede cambiarlo todo.

Alba Alfageme es psicóloga especialista en victimología
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