Manifestantes contra la policía en Los Angeles.
16/06/2025
3 min

Hay un meme que corre por internet: dos coches se cruzan en una carretera y los conductores se miran con la boca abierta, sorprendidos. Sobre un coche pone: "Mis abuelos emigrando de Europa para huir de la pobreza y el fascismo". Sobre el otro: "Yo emigrando hacia Europa para huir de la pobreza y el fascismo".

No me fui de mi país por culpa de Trump. No exactamente. Me fui porque estaba agotada de vivir siempre al límite, pese a tener estudios de posgrado y trabajo en una organización reconocida de Nueva York. Harta de tener que calcular si mis hijos estaban lo suficientemente enfermos como para pagar la visita al médico o si valía más esperar unos días y esperar a que pasara. Harta de vivir en un país en el que la estabilidad es un lujo y la sanidad una apuesta.

Visto desde aquí, desde el otro lado del Atlántico, todo toma una forma más nítida. En Estados Unidos, el trumpismo puede parecer un estilo político, un culto a la personalidad, una mano dura en tiempos de inseguridad social y económica. Históricamente, a algunas personas esto les ha resultado reconfortante. Pero desde aquí, donde todavía se ciernen las sombras del fascismo sobre las generaciones mayores, todo esto suena más bien como una alarma que nadie quiere escuchar.

La memoria de la dictadura –llena de incredulidad, de alertas y de luto– resuena mucho más fuerte de lo que imaginé. No solo la noto como una estadounidense que vive fuera de su país, sino también como nieta de un hombre para quien la resistencia era una parte esencial de su trabajo. Entre 1937 y 1939, mi abuelo –que huyó de la dictadura en Cuba– publicaba cada día una viñeta política en un diario en castellano, favorable a la República española, La Voz, con sede en Nueva York. Cuando el fascismo empezó a ganar terreno en Europa, el hombre creyó que no podía quedarse de brazos cruzados: se alistó en el ejército estadounidense para combatirlo directamente. Reconoció el fascismo cuando lo vio y decidió plantarle cara. No porque fuera una postura cómoda o rentable, sino porque sabía perfectamente lo que estaba en juego. Aquí, en Catalunya, me siento más cerca de él que nunca.

Viñeta de Girona en 'La Voz'.

En los últimos meses, en EEUU, han aparecido informaciones de policías de inmigración encapuchados y de paisano –agentes de un cuerpo federal conocido como ICE– que, desde furgonetas sin distintivos, secuestran a personas de a pie, de los juzgados, de sus casas, de sus coches. En California, Massachusetts, Alabama, Arizona, Virginia, Washington, Texas, Colorado, Connecticut... Sin explicaciones. Sin garantías legales. Simplemente, personas desaparecidas. Los manifestantes llenan las calles de Los Ángeles y el presidente despliega allí miles de miembros de la Guardia Nacional, en un desafío claro a la soberanía del estado de California. El FBI reduce y esposa a un senador demócrata por preguntar sobre todo esto. En España, esto no parece una política lejana o abstracta. Esto suena a historia. A historia reciente. Estas tácticas tienen un objetivo claro: infundir miedo, silenciar, dejar claro que nadie está a salvo.

Vivir en Catalunya me ha enseñado que la memoria colectiva es una responsabilidad ciudadana. Que la democracia no es solo votar. Es también recordar qué puede ocurrir con las personas más vulnerables.

El trumpismo no parece una excepción, sino un espejo, una consecuencia. Un reflejo de haber olvidado nuestra propia historia estadounidense: las luchas por los derechos civiles y laborales, nuestra complicidad con regímenes autoritarios de fuera y la erosión lenta pero constante de las normas democráticas dentro de casa. El sistema no se rompió con Trump, simplemente se desenmascaró.

Los Estados Unidos pueden ser muchas cosas, pero tienen una habilidad especialmente aguda: la amnesia colectiva. Y ahora creo que la memoria es una forma de resistencia. Nos ayuda a reconocer patrones. Nos recuerda cuándo hay que levantarse, en vez de esperar a que las cosas pasen solas. Por eso, cuando los catalanes me preguntan: "¿Pero qué creen que están haciendo los americanos?", no tengo una respuesta sencilla. Pero sé por qué lo preguntan. Porque recuerdan.

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