Mark Zuckerberg, Jeff Bezos y Elon Musk en la toma de posesión de Donald Trump.
06/05/2025
Exministre de Finances de Grècia
4 min

El neoliberalismo no era ni nueve ni particularmente liberal cuando se impuso hace cincuenta años. Su gran ventaja era su marcada desviación respecto al liberalismo clásico: aunque rendía acatamiento a los pensadores liberales, no compartía ni su método ni su idea del mercado. Hoy estamos a punto de otra innovación ideológica igual de profunda.

A diferencia de Adam Smith o John Stuart Mill, los neoliberales no se sintieron obligados a demostrar (de forma teórica o empírica) cómo podía delegarse en el mercado, entregado a su propio arbitrio, el traspaso de las ganancias privadas en prosperidad colectiva. Para ellos, la mano invisible era divina e infalible, e incluso cuando el mercado fallaba, cualquier intento de corregirlo mediante alguna acción colectiva estaba condenado a un fracaso aún peor. Era una postura que venía de perlas en Wall Street.

En los años setenta ansiaban una indiferencia doctrinaria como esta respecto de cualquier evidencia real sobre las consecuencias de una desregulación total de los mercados financieros. Cuando Estados Unidos se convirtió en un país deficitario y el presidente Richard Nixon causó una conmoción mundial con la decisión de desvincular el dólar del oro en 1971, sucesivos gobiernos estadounidenses optaron por reforzar la hegemonía de Estados Unidos aumentando (en vez de reducirlos) los déficits fiscal y comercial del país.

Previsiblemente, a los bancos de Wall Street se les asignó la labor crucial de reciclar (en la forma de bonos del Tesoro, acciones e inmuebles) los dólares que los exportadores extranjeros acumulaban con la demanda estadounidense de sus productos impulsada por el déficit. Pero para ello (para convertirse en eje de este audaz plan de reciclaje mundial de excedentes), los banqueros debían estar libres de restricciones reguladoras, lo que implicaba reeducar a los legisladores ya la opinión pública, acostumbrados desde 1929 a temer un sistema financiero descontrolado. Este requisito lo cumplió a la perfección la ortodoxia fundamentalista del neoliberalismo que exalta el carácter sagrado de los mercados desregulados.

Hoy, una nueva forma de capital en ascenso (la capital nube, es decir, máquinas algorítmicas conectadas en red que confieren a sus dueños un poder extraordinario para modificar nuestra conducta) necesita su propia ideología para liberarse plenamente. Este nuevo sistema, que he llamado tecnofeudalismo (un modo de producción y distribución motorizado por el capital nube), reemplaza a los mercados por feudos en la nube (por ejemplo Amazon) y las ganancias capitalistas por rentas en la nube.

Para hacer realidad todo el poder de la capital nube, sus propietarios (gente como Jeff Bezos, Peter Thiel, Mark Zuckerberg y Elon Musk) necesitan una nueva ideología. Al igual que los financieros de Wall Street necesitaron el neoliberalismo tras el choque de Nixon, esta nueva ideología debe sostener el creciente dominio de la capital nube de tres formas.

En primer lugar, es necesario legitimar la colonización de la actividad humana. Empezando por la flexibilización de normas en áreas como, por ejemplo, los vehículos sin conductor y los servicios médicos y jurídicos basados ​​en inteligencia artificial, la nueva ideología debe justificar la sustitución ilimitada de seres humanos, falibles y recalcitrantes, por máquinas impulsadas por el capital nube, en todos los ámbitos, incluido el trabajo que nos da. Cuanto más pueda penetrar la capital nube en tareas hasta ahora realizadas por los humanos, más rentas de la nube fluirán hacia la clase tecnofeudal.

En segundo lugar, la nueva ideología debe legitimar la colonización de las instituciones estatales, sobre todo la privatización de datos públicos mediante la transferencia al capital nube de las megatecnológicas. Por ejemplo, debe justificar el uso que hace Musk de su Departamento de Eficiencia Gubernamental para conectar sus sistemas de capital nube a varios organismos federales, o la permanente vinculación de las interfaces de Palantir (la empresa de defensa de Thiel) y Google con el Pentágono, para que su capital nube sea indispensable para la industria militar.

En tercer lugar, es necesario legitimar la colonización de Wall Street. Zuckerberg fue el primer tecnofeudalista que intentó crear una moneda digital propia (libra), y Wall Street se lo impidió. Pero después la compra de Twitter (ahora X) por Musk desembocó en un intento más audaz de crear una "aplicación universal" capaz de desafiar al monopolio de Wall Street sobre los pagos. Alentada por la orden ejecutiva del presidente Donald Trump que ordena a la Reserva Federal crear una reserva estratégica de criptomonedas, las megatecnológicas (que buscan proveer financiación sin restricciones en la nube fuera de los mercados financieros tradicionales) necesitan más que nunca justificar la fusión de su capital nube con los servicios financieros.

La nueva ideología ya está aquí. Yo le llamo tecnolordismo, y es una mutación del transhumanismo (un credo que promueve difuminar las líneas entre lo orgánico y lo sintético hasta que los humanos alcancen la libertad real, o incluso la inmortalidad). Así como el neoliberalismo se sirvió del liberalismo clásico, desvirtuándolo con el añadido de una divinidad (el mercado infalible), el tecnolordismo se hace funcional en la triple colonización que pretende sacar adelante la capital nube, mediante la sustitución de lahomo economicus neoliberal por un amorfo ser humano: un continuo entre lo humano y la IA.

El tecnolordismo también sustituye a la entidad divina del neoliberalismo.

Las repercusiones de la transformación social acelerada por el tecnolordismo son impresionantes. Incluyen una inestabilidad macroeconómica inédita, el abandono de la democracia incluso como ideal (posición defendida por Thiel, uno de los primeros profetas del tecnolordismo) y el fin de las universidades.

En este contexto, Trump es un regalo del cielo para los tecnofeudalistas. una inversión magnífica a largo plazo. Copyright Project Syndicate

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