Los fachas con acta de diputado volvieron a montar una tangana en el Congreso cuando Irene Montero señaló que dos campañas de los gobiernos del PP, en Galicia y en Madrid, fomentan la cultura de la violación.
En ambas campañas institucionales se propone a las mujeres que no beban mucho para no poner fácil a los hombres que puedan violarlas y que se abstengan de llevar ropa de esa que hace que los hombres quieran follárselas más allá de que a ellas les apetezca o no. No debería pasar, pero pasa, dice la campaña.
Imaginen, lectores del ARA, una campaña de la Comunidad de Madrid que recomendara a los catalanes no llevar una pulsera con la estelada si hacen turismo por Madrid, no vaya a ser que les rompan los piños, porque no debería pasar, pero pasa. Imaginen los policías que me leen una campaña del gobierno vasco dirigida a los guardias civiles y a sus familias que viven en Euskadi, sugiriéndoles que no frecuenten el casco viejo de Donosti, no vaya a ser que les abran la cabeza, porque no debería pasar, pero pasa. ¿Se imaginan lo que se diría?
El tumulto que montaron los ultrasur del PP fue tal que obligaron a la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, a intervenir. Y efectivamente la dirigente del PSC, que es la tercera autoridad del estado español, intervino; pero lo hizo para regañar a la ministra por usar el término cultura de la violación. Tal era la indignación de Batet que ordenó que se retirara del diario de sesiones la expresión cultura de la violación y, horas más tarde, su segundo en la mesa informó a la cámara de que quedaba prohibido usar la expresión fascista en el Congreso, no vaya a ser que los fascistas se ofendan de que les llamen fascistas.
Al día siguiente la presidenta se fundía en un enternecedor abrazo con el dimitido Adolfo Suarez Illana, el diputado del PP miembro de la mesa del Congreso que ocultó al Parlamento que administra una cartera de valores de unos 7,5 millones de euros en Andorra y que se daba la vuelta en su asiento de autoridad del Congreso cada vez que intervenían desde la tribuna los diputados vascos de Bildu. Apunten la receta de Doña Batet para acabar con el ruido y la bronca: abrazar a los tipos con sociedades en Andorra y prohibir usar palabras malsonantes como fascista. Ya lo dijeron los Def Con Dos: "Arrampla, trinca, malversa, que siga el pasodoble, la juerga flamenca y grita con ellos: Vivan las caenas".
A la desvergüenza habitual de Batet se sumaron, como no podía ser de otra forma, unos cuantos periodistas progresistas. Pedro Vallín cubrió un poquito más su conciencia de fertilizante orgánico con un titular en La Vanguardia que culpaba a Irene Montero nada menos que de causar ella el tumulto: "Irene Montero acusa al PP de promover «la cultura de la violación» y causa otro tumulto en el Congreso". Si es que va provocando y causando tumultos, la ministra. Por su parte, la adjunta a la dirección de Eldiario.es, Esther Palomera, se fue al plató de Ana Rosa y allí, junto a la presentadora amiga de Villarejo que ni siquiera escribe sus propios libros y junto a Eduardo Inda, se sumó a los ataques contra Irene Montero. Pueden ver el corte de su edificante intervención en La Base, pero tomen biodramina antes de hacerlo; puede provocar náuseas.
El propio Nacho Escolar, que es el más listo de todos y sabe oler el peligro (y el ridículo), razonó por su parte lo siguiente. Dijo que en realidad la ministra tenía razón y que las campañas del PP fomentan efectivamente la cultura de la violación, y que eso, ciertamente, está muy mal, pero que la ministra no debió decirlo así porque no todo el mundo sabe qué es la cultura de la violación. Periodismo a pesar de todo, lo llaman.
La noción de cultura de la violación que según Escolar no debe utilizarse es un concepto acuñado por el feminismo en los años setenta. En el libro Transforming a rape culture Emilie Buchwald explica que es el sistema de creencias, ideas y actitudes que justifica, sostiene y normaliza la existencia de la violencia sexual, y permite que esa violencia se produzca.
No es muy difícil de entender y es bastante obvio que las campañas del PP alientan esa cultura al poner el foco en lo que deben hacer las mujeres para que no las violen. Pero ya saben, a los fascistas no hay que abrumarlos con conceptos feministas y tampoco hay que llamarlos fascistas, no vaya a ser que se molesten. Por el contrario, hay que blanquearlos en el Congreso y en los medios. Y que viva el pasodoble, la juerga flamenca y que Irene Montero se calle de una maldita vez y deje de provocar tumultos.