Ucrania, más europea (y más democrática)

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Volodímir Zelenski

Es un tópico perfectamente real y verificable: la Europa unida contemporánea se ha construido a base de crisis. El primer paso, de tipo económico pero inspirado por los grandes valores fundacionales, vino el 1951 como consecuencia del desastre de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, las ampliaciones y los pasos adelante hacia una integración más llena, con las consiguientes cesiones de soberanía, se han producido en situaciones de cruce. Ahora nos encontramos de nuevo en uno de estos momentos. Los Veintisiete se enfrentan a la ofensiva militar rusa sobre Ucrania, una guerra que ha alterado el mapa y los equilibrios geopolíticos continentales forjados después de la caída del Muro de Berlín y el derrumbe del bloque soviético. La Rusia autoritaria de Putin, nostálgica de su pasado, parapetada en su potencia nuclear y en su fuerza energética (gas y petróleo), es una amenaza real para la estabilidad europea y mundial y para la salud de las democracias liberales. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, lo ha expresado con claridad cuando ha dicho que Europa se juega su futuro en Ucrania.

El proceso acelerado que la Unión Europea está dando a Kiev para que pueda integrarse al club de los Veintisiete responde a esta conciencia colectiva de estar delante de un todo o nada. En momentos críticos, medidas excepcionales. Se trata tanto de reconocer el esfuerzo heroico del pueblo ucraniano como de mandar un mensaje claro a Putin para que entienda que por el camino de una violencia militar de hechos consumados no saldrá adelante. Los pueblos europeos quieren ser libres y quieren vivir en democracias plenas y reales. La época de la tutela soviética ya ha pasado. Si la UE tiene algún sentido, es el de garantizar la igualdad de derechos individuales y colectivos para sus ciudadanos, en un marco de prosperidad y solidaridad para el conjunto. Con todas las limitaciones y contradicciones que se quieran (por ejemplo, con el abordaje a menudo hipócrita de los refugiados y migrantes), la Europa unida tiene que ejercer su rol de potencia democrática en el marco de una globalización con la China autoritaria ejerciendo cada vez más su liderazgo. Hacerse respetar ante la agresión rusa no es una opción, es una necesidad imperiosa. A todo el mundo le tiene que quedar claro, pues, que Ucrania es Europa.

Dicho esto, Ucrania, como candidata formal a la UE, tendrá que hacer reformas creíbles de su sistema democrático para adecuarse a los estándares mínimos de los Veintisiete. Ya se ha visto como países provenientes del antiguo bloque soviético como Hungría y Polonia están resultando poco fiables en este sentido, y esto no se puede repetir. Porque la consolidación de la unidad no puede venir solo del número, sino que tiene que estar basada tanto en la disciplina económica como en el fortalecimiento del estado de derecho. De lo contrario, correríamos el peligro de desvirtuar un proyecto comunitario ya de por sí bastante complejo y diverso. Europa necesita más integración y más democracia, no menos. Los nuevos miembros estratégicos, como por ejemplo Ucrania, y como también lo podrían acabar siendo Macedonia del Norte y Albania, tienen que garantizar la calidad formal y real de sus estados de derecho.

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