Leo en el ARA el reportaje sobre la venta de droga hoy en nuestra casa. Se ve que a partir de grupos de Telegram, el cliente contacta con el camello, le paga online y recibe una ubicación donde se encuentra la mercancía oculta. Suelen pegar la bolsita con un imán debajo de una papelera o en una persiana metálica. En el reportaje se encuentra la recreación de la práctica, donde se ve una bolsa de droga, con aquellas bolitas secantes que suele contener.
Todo cambia, y el mundo de la droga, también. En aquellos tiempos lejanos que todavía recuerdo, esto no se hacía así, claro. No existía Bizum, ni Google Maps. La transacción era por teléfono, pero la venta era presencial (se quedaba en el camello o en un callejón) y el pago se hacía en efectivo (quedar a deber era una posibilidad, pero valía más no hacerlo). La nostalgia me ha llevado a añorar aquellos tiempos rudimentarios, porque explican un cambio profundo de la sociedad, por culpa de las nuevas tecnologías, al que no me suelo. La música, la música entendida como ceremonia de ocio, estaba viva, entonces. En las casas se encontraba un aparato de música, con los altavoces, que era el centro de la sala de estar. Había un estante con todos los cedés y, ya entonces, los nostálgicos del vinilo se quejaban. Se quejaban sin saber que un día no habría, tampoco, cediera, porque Spotify permitiría no tener ningún "objeto" para escuchar música. Sólo el móvil y un pequeño altavoz.
Como entonces había cedido en las casas, se solían utilizar las carátulas de los cedés, como los espejos, para trinchar la mercancía. Me admira pensarlo. Y a la hora de realizar la transacción telefónica, el eufemismo necesario estaba relacionado con la música. "¿Me puedes llevar el CD de los Rolling Stones que me dejé en tu casa?" preguntaba el usuario. Y "Rolling Stones" significaba un tipo concreto de droga. El otro tipo era un CD de los Beatles. Esto todavía me admira más.