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Feijóo en un acto en Zaragoza

Es inquietante el espectáculo que ha ofrecido la política española en la última semana. Al llegar al punto culminante de la campaña electoral de las elecciones europeas, un PP que hace tiempo que, presionado por Vox, va de capa caída, ha apostado todas sus expectativas a un episodio judicial susceptible de toda sospecha que afecta a la esposa del presidente del gobierno. Y Sánchez y el PSOE se han apuntado con entusiasmo, situando a Begoña Gómez como protagonista del fin de campaña porque creen que la hará girar a su favor. Y todo ello adornado con señales inquietantes de promiscuidad entre justicia y política, con jueces en el fondo del escenario.

No es broma: es el espectáculo que la política española ha ofrecido estos días. Como si los ciudadanos tuviésemos que votar a favor o en contra de los intereses de Begoña Gómez. No sé qué es peor: que el PP caiga tan bajo para reducir una campaña electoral a un episodio como este o que el PSOE piense que puede capitalizar el escándalo porque la frivolidad de la derecha la pone en evidencia. La primera obligación de los partidos políticos debería ser defender y asegurar la dignidad de las instituciones. ¿Creen realmente que lo hacen dando voladizo a un episodio judicial que, tal y como se ha puesto en escena, no dice nada bueno de un sector de la justicia?

En estas elecciones se juegan muchas cosas, aquí y en Europa. Se tendrían que haber centrado en las amenazas que pesan sobre la Unión Europea en un momento de profunda crisis global, con graves conflictos encendidos –de Gaza a Ucrania, por decir lo más evidente– y con muchas mechas de propagación por todas partes. Y los dos grandes partidos se entretienen con escenas de lo que antes llamábamos una españolada, cuya consecuencia principal es haber hecho más explícitas, si fuera necesario, las vergüenzas de un sistema en el que la promiscuidad entre justicia y política da miedo.

Hoy sabremos el resultado. Como siempre, todos querrán hacer creer que han ganado. Pero en un momento de inquietud en Europa por el riesgo de deriva hacia el autoritarismo, aquí habrá terminado la batalla con un espectáculo de infantilismo con el que la extrema derecha, que lo ha vivido desde la banda, puede acabar con una sonrisa en la boca. No creo que este patético episodio beneficie a la reputación de los protagonistas. La derecha, buscando que los jueces le echen una mano, confirma, como siempre, que cree que el Estado es suyo, y los socialistas, haciendo bandera de una acusación privada para capitalizar la condición de víctima ante las complicidades sistémicas (derecha, justicia y medios), demuestran una frivolidad inquietante. Los ciudadanos nos merecemos más.

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