El caligrama que Trump regaló a Epstein.
17/09/2025
Escritora e investigadora
3 min

En la misma semana en que se ha hecho pública la felicitación que Trump mandó a Jeffrey Epstein, y que ha desatado una ola de ira entre algunos de sus partidarios, también se ha ratificado una condena que obliga al presidente de EE.UU. a indemnizar a la periodista E. Jean Carroll, a quien agredió sexualmente en 1996, con 83 millones de dólares por difamación. Sobre esto último, sobre la violencia sexual cometida por Trump, la ultraderecha no parece haber sentido la necesidad de pronunciarse. Quienes condenan al presidente por su amistad con un pederasta, a la vez que desdeñan los testimonios de mujeres que le acusan a él mismo de agresión sexual, padecen un peculiar caso de indignación selectiva.

Como escribe Emma Brockes en The Guardian, “la única víctima femenina que merece la pena defender en Trumpland es la chica perdida, una figura sacada directamente de una litografía victoriana”. Niñas, jóvenes anónimas, hijas de hombres cuyo honor queda dañado. Las víctimas de Epstein son un símbolo para la ultraderecha, una imagen para llenar con aspiraciones de nobleza masculina. Carroll, en cambio, es una mujer adulta, una autora con opiniones y voz propias, publicada y progresista. No funciona como damisela en apuros, más bien encarna la pesadilla de todo incel con complejo de castración.

El caso Epstein ha reunido a demócratas y a militantes del movimiento MAGA en una extraña confluencia. Los une un mismo escándalo, pero no necesariamente un mismo discurso. Por un lado, está la condena a las agresiones sexuales, a la pederastia, a la impunidad patriarcal y al menosprecio de los testimonios de las víctimas de violencia sexual. Por otro lado, y sin querer solaparse demasiado con el discurso vecino, está la furia contra el establishment, el rencor que azuza a los integrantes de la ultraderecha, convencidos de que viven en un sistema que les engaña, les asfixia y les roba una gloria pasada. Sin embargo, no quieren justicia. O no una justicia que ponga paz y que aliente la convivencia, sino una muy distinta. La del agravio.

La justicia del agravio es una justicia que pretende convertir la revancha en medio y en fin, y enrocar al sujeto agraviado en una posición de damnificación constante. Ganar, en esta lógica, no consiste en hallar reposo, sino en confirmar que el daño es tan grave como se creía, que los enemigos son tan malvados, que uno es una víctima y no un paranoico, como tanto le han repetido, y que realmente le han sido arrebatados unos derechos de los que antes gozaba. Puede parecer que el objetivo final es recuperar esos derechos, pero la lógica del agravio no llega tan lejos, basta con constatar que esos derechos estaban, que existen en forma de pérdida. Una especie de posesión fantasmal, así puede describirse la justicia del agravio.

Esta posición choca de pleno con otra justicia que resulta especialmente pertinente con relación al caso Epstein: la justicia feminista de la reparación. La vertebra una preocupación principal: cómo alejarnos de las lógicas del castigo y avanzar hacia la reparación. Es decir, cómo dejar de pensar en la pena que debe recibir el agresor y, en su lugar, pensar en lo que necesita la víctima para transitar el dolor y seguir viviendo; pero, también, qué necesitan las comunidades, compuestas por víctimas, agresores, testigos, familiares, etcétera, para convivir y aprender de lo ocurrido.

La rueda de prensa que se organizó la semana pasada fuera del Capitolio, donde víctimas de Epstein leyeron sus propios testimonios, es una escena ambivalente, atrapada en algún punto entre estas dos justicias. Es difícil no ver con cierto cinismo el despliegue de acérrimos feministas que han brotado de debajo de las piedras tras la irrupción del caso Epstein. La republicana Marjorie Taylor Greene, a quien Michelle Goldberg tilda en estas páginas de “referente de la paranoia populista” de la esfera MAGA, ha anunciado que comparecerá ante la Cámara de Representantes para leer la lista de nombres que las propias víctimas están compilando para señalar a personas vinculadas a Epstein.

“El potencial para las acusaciones infundadas si esto se acaba haciendo parece obvio,” escribe Goldberg. “Pero es lo que pasa cuando el sistema judicial falla y el gobierno se niega a la transparencia”. ¿Y ya está? ¿Es esta una alternativa justa? La víctima como comodín, como as que aparece providencialmente en el juego de cartas y permite dar un vuelco a la partida. Se afianza la división entre buenas y malas víctimas; es decir, entre víctimas que sirven para algo y víctimas que no. Mujeres como E. Jean Carroll, o como las decenas de mujeres que han denunciado abusos y agresiones de Trump, están entre las descartadas. Mientras tanto, los agraviados siguen cociéndose en su charco de bilis.

stats