Me llega un correo con un cartel de color rosa y antes de que pueda leerlo, ya sé de qué va. Es otra cata de vino "de mujeres".
Las mujeres que salen en este cartel, como las del cartel de la semana pasada, también rosa –era un encuentro de “mujeres vinícolas”, como las del cartel del mes pasado, rosado, “Mujeres y vino”–, son mujeres que admiro. Durante mucho tiempo, por supuesto, las únicas personas que prescribían vino eran los hombres, y los que podían decir, en público, que bebían eran los hombres. En cualquier caso, y como muy bien explica Albert Costa, enólogo de Vall Llach, cuando los hombres fueron a trabajar a las fábricas y abandonaron el campo, las que cuidaron los viñedos fueron las mujeres. Y les debemos mucho.
Pero no hace falta hacer una “cata de mujeres”, porque es condescendiente. ¿Acaso si el vino que hacen no nos gusta tendremos más piedad? ¿Que nos lo cobrarán más barato? ¿Qué tendrán menos auditorías? El vino bueno es el vino bueno y, como en cualquier tipo de arte, lo importante es la obra. Yo me bebo una cariñena de Silvia Puig, Cal Ganso de Irene Alemán, Venus de las Pieles de Sara Pérez, Planetas de Esther Nin, Tondonia de María José López de Heredia, Juana, de Pilar Just, que además es presidenta de la DO Montsant, un cava de Laia Esmel, uno de Gemma Torelló... No es porque sean mujeres. También me bebo los vinos de Albert Costa, Joan Asens, Ton Mata, Laurent Corrió (que los hace con Irene Alemany), Ricard Rofes... En cuestiones de arte (cocina, vino, libros, cine, moda, cómics...) no estoy por órganos. Consumo lo que me gusta. Siempre recuerdo cuando Carme Ruscalleda renunció al título de Mejor Chef Femenina del Mundo que le dio 50 Best. Ella se preguntaba si existe una “liga de segunda” para las mujeres cocineras. Lo que toca, por lógica, es realizar un encuentro de “mejores elaboradores de vino”, donde, naturalmente, haya hombres y mujeres.