Un hombre de Rubí ha sido detenido esta semana por haber compartido, con otros hombres, imágenes de agresiones sexuales a niñas de entre 7 y 12 años. Lo hacía desde el ordenador del trabajo, donde se había instalado expresamente una aplicación para poder pasar este material. Era un hombre con trabajo en una multinacional.
La cantante Lady Gaga explica en una entrevista que tuvo un brote psicótico mucho después de haber sido violada y haberse quedado embarazada a los 19 años. El agresor era un productor musical. En el mismo programa, la presentadora Oprah Winfrey dice que fue violada por familiares desde los 9 a los 14 años, cuando se quedó embarazada de un bebé, que murió dos semanas después de nacer.
En las redes sociales una mujer explica como un hombre se ha masturbado delante suyo en un transporte público, otra narra una conversación con un hombre que pone en entredicho su capacidad para hacer el trabajo y una chica escribe que mientras volvía a casa por la noche un grupo de chicos han empezado a decirle cosas y se ha asustado muchísimo.
El año 2020 se presentaron 814 denuncias de agresiones sexuales en Catalunya. Más de la mitad de estas agresiones se producen en casa. Es entonces cuando el hogar pierde todo su sentido de resguardo para convertirse en un infierno. El año 2020 fue para mucha gente el año del confinamiento. Para muchas mujeres, el año del terror. No pudieron escapar de sus agresores. Se calcula que los casos que se denuncian son solo entre un 10% y un 20% de los que se producen. El primer trimestre de este año las denuncias ya han llegado a 209. Más de dos al día. No son números. Es la vida de las mujeres.
En el Estado, en una semana, seis hombres han asesinado a seis mujeres y a un niño. A disparos, a cuchilladas, asfixiadas, a golpes. Algunas habían denunciado sus agresores y otras no. Todas han quedado desprotegidas en manos de sus asesinos. Fallan las herramientas y los protocolos porque falla la sociedad entera. Porque la violencia machista está normalizada. Hemos aceptado como inevitable que la vida de una mujer puede acabar en las manos de un hombre cuando este decida ponerle fin. Hemos decidido que las mujeres son víctimas pero también responsables de que un hombre las acabe matando o violando. Hemos acordado que algo deben de haber hecho, ellas. No nos hemos parado a pensar que la balanza lleva muchísimos años desequilibrada por su poder absoluto, por sus cánones competitivos y estéticos, por su imposición en el ámbito público y privado, por su razón y por su sinrazón. No hemos decidido, todavía, y no sé a qué esperamos, que este es un tema que afecta a todo el mundo y que los hombres no pueden mirar hacia otro lado mientras las mujeres nos movilizamos para acabar con esta lacra.
La violencia contra las mujeres no abre ningún telediario ni se habla de terrorismo machista en las instituciones. No es 25 de noviembre. Ni 8 de marzo. No es noticia. Las mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas se empezaron a contar a principios del siglo XXI. En 2021 nos continúan asesinando. Pero el problema es utilizar el genérico femenino cuando no toca. Que no toca nunca. El machismo estructural que nos invisibiliza, nos ridiculiza, nos desprecia, nos cosifica y nos relega a ser permanentemente ciudadanas de segunda es la semilla que hace crecer estas estadísticas funestas. El machismo perpetúa la violencia económica, psicológica, sexual e institucional contra las mujeres. Una violencia legitimada por gente de derechas y gente de izquierdas que andan con argumentos débiles y anacrónicos porque han olvidado el análisis y la empatía. Si no fuera tan gravísimo como es, podríamos decir que estamos rodeados de individuos profundamente corrosivos y grotescos. Pero es mucho peor, todavía. Porque es gravísimo.
Natza Farré es periodista